Aunque los incendios forestales en España se producen durante todo el año, es en los meses estivales cuando se multiplican y aumentan su voracidad, debido a una combinación explosiva de factores climáticos, ecológicos y humanos. Si bien suelen tratarse como fenómenos homogéneos, lo cierto es que no todos los incendios son iguales ni requieren la misma respuesta.
Para gestionarlos eficazmente, las autoridades emplean un sistema de clasificación basado en la peligrosidad, el alcance y la necesidad de recursos empleados en su extinción. Conocer estos niveles es clave para entender cómo se organizan los operativos de emergencia y qué protocolos se activan en cada situación.
Desde los conatos hasta los grandes incendios forestales que pueden llegar a quemar decenas de miles de hectáreas, España cuenta con un sistema escalonado de niveles que guía la intervención de bomberos, trabajadores forestales, militares y Protección Civil.
Efectivos de la UME trabajan en la extinción del reciente incendio en Las Hurdes. UME / AFP
Niveles de emergencia en España:
Este sistema clasifica los incendios forestales en cuatro niveles operativos (0, 1, 2 y 3) en función de la gravedad, la amenaza a la población o infraestructuras, y la capacidad de control. Esta escala es crucial para asegurar una gestión eficaz y coordinada de los fuegos. Establece cuatro niveles que indican precaución, prealerta, alerta y emergencia, según sea el caso.
Los niveles 0 y 1 se gestionan a nivel autonómico, mientras que el nivel 2 implica cooperación entre autonomías y el Estado; y el nivel 3 activa el mando directo del Gobierno central. A continuación, se describen con mayor detalle:
Nivel 0: Es de precaución menor, con un riesgo bajo. Estos fuegos no suponen ningún peligro para personas ni bienes no forestales, y pueden controlarse con los medios del plan autonómico respectivo, sin necesidad de refuerzos extraordinarios. Afectan sólo a terreno forestal, sin riesgo para viviendas, infraestructuras o áreas urbanas.
Nivel 1: Funciona como una prealerta, e indica un riesgo moderado. En este nivel, se incrementan las medidas preventivas, se comienzan a movilizar recursos, se intensifica la vigilancia y se advierte a la población sobre el peligro potencial. Puede haber riesgo para zonas habitadas, bienes o infraestructuras no forestales.
En todo caso, aunque haya un mayor despliegue de medios y se adopten medidas especiales, estos fuegos siguen siendo gestionados por los medios del plan regional, y no requieren de ayuda estatal ni coordinación nacional. Puede suponer la evacuación preventiva de personas.
Nivel 2: Se trata ya de una alerta, y refleja un riesgo alto. Puede haber daños significativos o riesgo para la vida humana, propiedades o entornos naturales valiosos. Cuando se declara, se pone en marcha una respuesta intensiva, como el despliegue de más personal y equipos de extinción. Además, se establecen canales de coordinación con otros organismos de emergencia, y se instruye para la posible evacuación de áreas amenazadas.
El incendio supera la capacidad de respuesta de los medios locales y autonómicos, por lo que necesitan el refuerzo de medios estatales, como la UME (Unidad Militar de Emergencias) o las brigadas BRIF del Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO). La comunidad autónoma sigue liderando las labores de extinción.
Nivel 3: Es el nivel más alto, e indica, ya que se trata de una emergencia nacional declarada por el Gobierno, debido a su riesgo extremo. Supone una grave amenaza para vidas humanas y bienes a gran escala.
En esta fase, los organismos competentes movilizan todos los recursos disponibles para combatir el fuego. Si es necesario, se toman medidas extraordinarias para proteger a la población y los recursos naturales. Las labores están coordinadas directamente por el Estado, incluyendo fuerzas y cuerpos de seguridad, militares, protección civil estatal y otros efectivos. Se lleva a cabo a través del Ministerio del Interior y el Plan Estatal de Protección Civil.
Clasificación del incendio por su tamaño:
Los incendios forestales se clasifican principalmente por el tamaño de la superficie quemada, expresado en hectáreas. Se distinguen tres categorías principales: conatos, incendios y grandes incendios forestales (GIF).
Conato: es el fuego de menor preocupación y el más pequeño, con una superficie afectada menor de 1 hectárea (10.000 m²).
Incendio: se trata de fuegos cuyo tamaño está comprendido entre 1 y 500 hectáreas.
Gran incendio forestal (GIF): es el que afecta a más de 500 hectáreas.
Si el incendio supera la capacidad de respuesta autonómica, se necesita el refuerzo de medios estatales. GETTY IMAGES
Fases de los incendios:
Además, los incendios forestales pueden clasificarse según la fase en la que se encuentren, lo que determina cómo se llevan a cabo las tareas de extinción y la asignación de medios. Esta clasificación está recogida en los protocolos de los planes autonómicos de emergencia por incendios (como el INFOCA en Andalucía o el INFOCAM en Castilla-La Mancha), y se utiliza también a nivel estatal por el Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO) y la Unidad Militar de Emergencias (UME). Las fases de un incendio son:
Activo: cuando avanzan las llamas y el incendio se extiende. Puede presentar varios frentes activos y requiere todos los medios de extinción disponibles, además de un seguimiento continuo.
Estabilizado: cuando, sin estar controlado, avanza dentro de las líneas de control (cortafuegos, zonas húmedas o quemadas), y no hay frentes activos fuera de ellas. La situación es más favorable, pero aún puede reactivarse, por lo que se siguen aplicando técnicas de control y vigilancia intensiva.
Controlado: el perímetro está ya bajo control, aunque sigue habiendo llama dentro de él. Mientras no se dé oficialmente por extinguido, continúan las tareas de refresco y vigilancia para evitar que se reavive.
Extinguido: ya no hay materiales en ignición. El fuego está totalmente apagado, sin puntos calientes, ni humo, ni riesgo de reactivación.
¿Cómo se gestiona la evolución de un incendio?
El primer paso es la detección y comunicación inicial del fuego. Hay múltiples vías de hacerlo, como la vigilancia terrestre (torretas, retenes…), la vigilancia aérea (helicópteros, aviones…), los avisos ciudadanos o la información en tiempo real proporcionada por satélites como Copernicus o EFFIS —Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, por su traducción del inglés—.
Cuando se constata la existencia de un incendio, se activa el Centro de Coordinación Operativa (CECOP) de la comunidad autónoma correspondiente, que se encarga de coordinar todos los recursos y acciones necesarias para abordar su extinción.
Después se analizan factores como la superficie afectada y potencialmente afectable, la velocidad de propagación, la orografía, el viento, el tipo de vegetación… Además de la proximidad a núcleos urbanos o infraestructuras críticas. En base a este reconocimiento, se determina el nivel de emergencia inicial (0, 1 o 2).
Es en este punto cuando se activa el plan de emergencia correspondiente, que depende de la Administración autonómica, y se designa a un director técnico de extinción que lidera las operaciones. Además, comienzan a desplegarse los recursos disponibles, como medios terrestres (brigadas forestales, retenes, autobombas…) o aéreos (helicópteros, aviones de carga en tierra o anfibios…). Si escala a nivel 2, se solicita ya el apoyo estatal, por medio de la UME o las brigadas BRIF.
El CECOP (y si es necesario, el CECOPI, a nivel estatal) recibe información constante sobre la evolución del incendio y actualiza las decisiones. El nivel de emergencia puede incrementarse o reducirse, que es algo que decide el director técnico, en coordinación con Protección Civil.
Los incendios pueden obligar a confinar a los habitantes de las poblaciones afectadas. EFE / R. SANCHIDRIÁN
Incendios de sexta generación:
Dentro de los grandes incendios forestales, los más temidos son los conocidos como de «sexta generación», unos fuegos monstruosos que generan tal cantidad de energía que son capaces de alterar las condiciones meteorológicas de su entorno.
Se trata de un concepto emergente que se utiliza para describir incendios forestales extremadamente complejos, intensos, difíciles de predecir y de controlar, que superan las capacidades tradicionales de extinción y gestión. Este tipo de fuego suele estar vinculado al cambio climático, a la alteración del paisaje y a la interacción con entornos urbanos y rurales.
Los incendios de sexta generación se caracterizan por su gran intensidad energética y por su elevada velocidad de propagación. Experimentan un comportamiento errático, con cambios bruscos de dirección, por lo que es muy difícil prever su avance, lo que dificulta su extinción, incluso con medios aéreos avanzados. Además, es habitual que las protecciones tradicionales resulten inútiles, como por ejemplo ríos o cortafuegos, que las llamas pueden superar con facilidad. A menudo, la intervención humana no consiguen frenarlos y sólo se detienen cuando cambian las condiciones meteorológicas.
Otro factor que los hace muy peligrosos es su interacción directa con zonas habitadas, por lo que representan un peligro potencial para vidas humanas y bienes a gran escala. Además, liberan tal cantidad de energía que son capaces de modificar las condiciones atmosféricas de su entorno, generando fenómenos extremos como tormentas de fuego (pyrocumulonimbos), que a su vez alimentan el incendio y lo vuelven aún más impredecible.
Esta retroalimentación explosiva puede dar lugar a ráfagas de viento erráticas, aumento repentino de la temperatura y descargas eléctricas, lo que complica gravemente las labores de extinción y pone en peligro tanto a los equipos de emergencia como a las poblaciones cercanas.
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