Tino se quedó sin nada. A sus 83 años, el fuego le arrebató la casa donde nació y construyó su historia. Una vida entera dentro de aquellas paredes: «A mí solo me quedó esta ropa que llevo puesta, del resto no me quedó nada de nada«.
Lo cuenta mirando lo que hasta hace apenas una semana era su vivienda y de la que ya solo quedan unas paredes ennegrecidas desplomadas y un tejado hundido cubierto de ceniza. Dejó la pala con la que desescombraba para contar que no se salvó nada: «Ni recuerdos, ni fotografías, ni muebles». El incendio de Larouco arrasó con todo.
San Vicente de Leira, pueblo de Tino en el municipio de Vilamartín de Valdeorras, Ourense, ha quedado reducido a un puñado de casas dañadas y otras tantas reducidas a escombros. El fuego golpeó con una violencia difícil de narrar: 60 viviendas con destrozos, 15 de ellas residencias habituales.
En torno a 22 personas vivían aquí todo el año. El resto eran vecinos de fin de semana, retornados que mantenían viva la llama de la memoria familiar. Hoy la aldea huele a humo, aunque ya no haya llamas. Las casas caen todavía, como la que se desplomó hace apenas dos minutos de conocer la historia de Tino. Entre escombros y vigas chamuscadas, soldados del Ejército despejan calles y clavan cintas de seguridad. El aire está pesado, como si la tragedia no quisiera terminar.
Varios soldados en una de las calles limpias de San Vicente LUCÍA GONZÁLEZ
La noche que casi los atrapó
Tino no fue el único que peleó hasta el límite. Durante tres días y dos noches, él y otros vecinos intentaron frenar el fuego. «Queríamos salvar el pueblo, fueron tres días sin dormir, luchamos hasta que no pudimos más y casi nos coge el fuego saliendo del pueblo», recuerda. Habla con resignación, pero también con un orgullo silencioso, el de quien sabe que hizo todo sin más ayuda que la de sus manos. «Mandaron al Ejército ahora, pero los necesitábamos antes, muchos pueblos lucharon solos«.
A su lado, Clemente González, otro vecino, logró mantener en pie su vivienda: «Mi casa es la de la entrada, que gracias a Dios no se quemó». Pero no se engaña: lo suyo fue una excepción en medio del desastre. «Vale más una imagen que mil palabras. Mira el pueblo. Estamos rodeados de árboles, de maleza. Está todo ardido, todo carbonizado«.
Clemente insiste en lo mismo una y otra vez: la carretera. Una vía de acceso que los vecinos llevan 30 años reclamando mejorar, pero que nunca lograron. Solo tienen una pista forestal a ratos de tierra que levanta polvo, a ratos con un asfalto rugoso y lleno de piedrilla, que abrió el alcalde. «Nos salvó la vida, si no llega a ser por eso, ¿por dónde salíamos? Quedábamos aquí, no hay escapatoria«. Lo dice con una mezcla de frustración y rabia, señalando la pista que hace que hoy puedan contar su historia.
Al fondo, la pista forestal vista desde el pueblo LUCÍA GONZÁLEZ
El miedo a lo que viene
El alcalde de Vilamartín de Valdeorras y miembro de Protección Civil, Enrique Álvarez, no se anda con rodeos. «Ahora mismo nos preocupa muchísimo la posibilidad de que empiece a llover fuerte. Si viene una tormenta sería terrible. Tenemos la montaña encima, todo arrasado. El agua arrastraría piedras, barro, ceniza… y se nos vendría encima lo poco que queda en pie«.
La preocupación no es menor: las lluvias torrenciales podrían convertir en torrente letal las laderas peladas del monte, arrasando lo que sobrevivió al fuego. Por eso ha pedido a la Xunta y al CECOP maquinaria para evitarlo ahora que todavía están a tiempo. Pero la respuesta tarda, como tantas veces, en la España rural. «Esto no lo tenemos solo en este pueblo —explica—, pasa en todos los de la comarca y no se puede estar en todos a la vez».
Su voz se quiebra cuando admite lo personal: «Todavía no estoy bien. Lo sufro. Pero no tengo tiempo de digerirlo. Ahora toca poner remedio. Aquí no ha quedado monte, no ha quedado fauna, no ha quedado nada. Es un desastre ecológico y ambiental».
El reguero de muerte es visible. En los caminos aún aparecen ardillas asfixiadas y zorros carbonizados. Los castaños centenarios, orgullo de la zona, están condenados. «Se van a morir posiblemente todos», lamenta Álvarez desde el pueblo arrasado en el que también nació su padre. Y si se mueren ellos, se muere también un ecosistema. «En los ríos todavía quedaban truchas. Ahora toda esta ceniza bajará y también morirán. Es un desastre mucho más grande de lo que se ve«.
El día después
Recorrer San Vicente es caminar por un silencio denso. Ni siquiera quedan pájaros. Solo un perro pasea por el pueblo con un respirar cansado, como si también él llevara en el pecho el peso del humo. El ruido metálico de las palas y el murmullo de soldados que apartan piedras acaparan los sonidos.
El Ejército de Tierra ha despejado ya la calle principal, pero la vida cotidiana sigue colapsada. «Pedimos agua, pedimos víveres, pedimos simplemente poder estar aquí sin sentir que nos abandonan«, dice Clemente, que pide perdón por una voz entrecortada que lucha por contener el llanto.
Imagen de botellas de agua traídas por voluntarios al pueblo LUCÍA GONZÁLEZ
Después añade algo que resume el estado anímico de todos: «Un psicólogo debería venir aquí, porque lo que sentimos es impotencia. Estuvimos abandonados: sin luz, sin teléfono, sin ayuda. Lo único que veíamos era fuego«.
«Hay que borrar esta imagen», dice conteniendo el aliento mientras mira a su alrededor. Sus ojos recorren cada escombro, cada tronco quemado, cada pared derrumbada. «Porque si no, va a quedar siempre grabada«, sentencia.
Las casas dañadas —unas calcinadas por completo, otras tambaleantes como esqueletos— esperan la visita de los técnicos para evaluar daños. Pero los vecinos saben lo que hay. «No sabemos el tiempo que tardarán en dar algo, si lo dan«, augura Clemente. «Y mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿A dónde vamos?».
Clemente y un soldado en una de las calles de San Vicente de Leira LUCÍA GONZÁLEZ
Resistir pese a todo
La administración ofreció realojar a los damnificados en hoteles y albergues. La mayoría se negó, solo uno aceptó. Los demás prefieren quedarse, aunque sea en casas de familiares o entre paredes chamuscadas. «Dimos la opción de realojarlos—explica el alcalde—, pero casi nadie quiso. Quieren aguantar. Esto es su casa».
Tino lo confirma con determinación: «Aquí nací y aquí quiero morir. No quiero irme a ningún lado«. Dice «mi casa», aunque ya no quede nada de pie. Y en esa frase hay más verdad que en cualquier inventario de daños. Una casa no es solo ladrillos; «es memoria, son recuerdos de toda una vida».
Más de 30 años pasó Clemente fuera del pueblo, pero hoy casi parece ofendido al preguntarle si se iría del San Vicente. «Mis raíces están aquí, mis seres queridos están enterrados en el cementerio, no me voy a ningún sitio«.
Vista de varias macetas en una ventana quemadas tras el incendio LUCÍA GONZÁLEZ
Un futuro entre cenizas
Lo que arde en San Vicente de Leira no es solo un pueblo. Es el síntoma de un mal mayor: la delicadeza del medio rural ante los incendios, la falta de infraestructuras, la soledad de las pequeñas comunidades. Clemente lo resume con crudeza: «Ahora no hay ganado, no hay gente desbrozando. Los montes están abandonados. Y después vienen los incendios. Es un círculo vicioso».
Cuando se levanta algo de viento, en San Vicente todavía se mueven cenizas, huele a humo como si el fuego acabara de pasar. Un humo que se pega a la ropa y a la memoria. Desde lo alto de la aldea, la vista es desoladora. Pero entre la negrura, una ventana abierta a medio camino entre la resistencia y la tenacidad.
«A ver si vamos aguantando», dice Tino. Y en esa frase cabe todo San Vicente de Leira: la rabia, la tristeza y la resistencia rural que no se rinde aunque lo haya perdido todo.
En TodoEmergencias.com encontrarás uniformidad, señalización, mochilas tácticas, botiquines, luces de emergencia y todo el material profesional que necesitas.
- 🇪🇸 España y 🇵🇹 Portugal: envíos rápidos en 24/48h
- ✅ Material homologado y probado por cuerpos de emergencias
- 📆 Más de 20 años de experiencia en el sector