Montse (nombre ficticio), de 77 años, es una de las usuarias de ‘Caminem junts’, un proyecto de caminatas que organiza semanalmente el centro de atención primaria (CAP) Balàfia-Pardinyes de Lleida. Están dirigidas a usuarios de este CAP, que se dividen en grupos según su capacidad física y el barrio en el que viven. Además de mejorar la salud de esta población, el objetivo es combatir la soledad no deseada: muchas de los participantes son personas mayores que viven solas.
«Yo la verdad es que no hago muchas visitas al CAP, solo me hago controles. Y no tomo demasiadas pastillas. Solo tengo problemas con las varices», relata Montse. Esta mujer se quedó viuda hace unos tres años y empezó a ir a un centro cívico. Las caminatas, a las que al principio se resistió a ir, la han ayudado «muchísimo», afirma. Un enfermero del CAP Balàfia-Pardinyes, Jacob Mesalles, la convenció para ir. «Al principio dije que no por las varices, me daban miedo. Pero lo probé y ahora, encantada de la vida. Incluso le pedí a la doctora que no me las quitara nunca porque me encuentro a gusto, hago ejercicio y hago amigos», relata Montse.

Pacientes del CAP Balàfia-Pardinyes, en Lleida, durante una de las caminatas del proyecto ‘Caminen junts’. / Ferran Nadeu
No extraña a su marido y no lo esconde. «Yo estuve maltratada mucho tiempo. Ahora me doy cuenta, antes no porque era una cosa normal y aguantábamos todo. Él tenía una enfermedad muy rara y yo tenía que caminar a su ritmo porque él no quería ir con bastón», recuerda Montse, que tiene dos hijas y cuatro nietas. «No echo de menos a mi marido. Estoy muy a gusto en casa y soy más libre. Ahora puedo salir. Antes siempre tenía que ir corriendo a todas partes. Sinceramente, estoy muy bien», añade.
«Al principio dije que no por las varices. Pero lo probé y ahora, encantada. Incluso pedí a la doctora que no me las quitara nunca»
Las caminatas, además, le aportan «todo». «Me hacen hablar y me conviene hablar, porque se pierde mucha memoria y la cabeza da muchas vueltas. Así salgo un poco y escapo de mi monotonía», dice Montse.
Asegura que estas caminatas, además de ponerla en contacto con otras personas, estructuran su día a día. Montse sale a caminar de 8 a 9 en verano y de 9 a 10 en invierno. La semana pasada se suspendieron los paseos por las lluvias. Se ha montado un buen grupo entre los asistentes. «En invierno hay quienes llevan a sus nietos al cole y los esperamos para ponernos en marcha», dice Montse.
En verano ella va a caminar cada día de lunes a viernes. En invierno, tres o cuatro días a la semana. «A veces vamos a dar una vuelta por el río. Y el otro día hicimos seis kilómetros», comenta. Cuando su marido vivía, ella caminaba mucho, sola, por la montaña. A él le gustaba la bicicleta e iban con frecuencia a la montaña. «Yo siempre tenía que ir detrás de él y a callar. Con las caminatas, me siento mucho más ágil«, dice Montse. Y asegura que no es el único ejercicio que realiza: como su edificio no tiene ascensor, cada día sube las escaleras para llegar a su casa.
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