Es una de las grandes preguntas en el campo de la salud mental. ¿Por qué algunas personas logran dejar atrás una experiencia traumática mientras otras reviven el miedo durante años?. Un equipo de investigadores liderado por la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) ha identificado tres factores biológicos decisivos en la forma en que procesamos el miedo: el sistema hormonal del estrés, la microbiota intestinal y una firma genética cerebral.
El trabajo, publicado recientemente en la revista científica internacional Translational Psychiatry, ofrece nuevas claves para comprender y tratar los mecanismos que mantienen activo el miedo tras un trauma y plantea posibles dianas terapéuticas para mejorar su tratamiento, explican desde la UFV.
El estudio reveló 31 genes con actividad alterada en la amígdala, región cerebral clave en la regulación del miedo. De ellos, 14 están relacionados con la ansiedad
«El miedo es una emoción necesaria para sobrevivir. Sin miedo, la humanidad ya se habría extinguido. Pero cuando se queda encendido, puede convertirse en una trampa mental», explica el neurocientífico e investigador principal del estudio, Fernando Berrendero, profesor de la Universidad Francisco de Vitoria.
Estrés postraumático
Los investigadores recuerdan que los trastornos de ansiedad, entre ellos el trastorno por estrés postraumático (TEPT), afectan a millones de personas en todo el mundo. En el caso del TEPT, el miedo no solo se recuerda: se revive una y otra vez, como si el cuerpo no supiera que el peligro ya ha pasado.
Algunos animales fueron capaces de extinguir su respuesta de miedo (resilientes), mientras que otros siguieron reaccionando como si la amenaza persistiera (susceptibles)
Para analizar esta ‘trampa del miedo’, el equipo de Berrendero empleó un modelo experimental validado en neurociencia, en el que se estudió la respuesta de ratones macho y hembra expuestos a un estímulo condicionado. Algunos animales fueron capaces de extinguir su respuesta de miedo (resilientes), mientras que otros siguieron reaccionando como si la amenaza persistiera (susceptibles), lo que reproduce de forma experimental la variabilidad observada en humanos tras un trauma, indica el trabajo.
Sistemas biológicos
A partir de esta diferencia, analizaron múltiples variables fisiológicas y detectaron alteraciones en tres grandes sistemas biológicos. Las hormonas, la microbiota y los genes, subrayan, son tres vías hacia una mejor comprensión del trauma. En los animales susceptibles se observó una sobreactivación del eje hormonal del estrés, con niveles elevados de corticosterona y de la hormona CRH, junto con una menor expresión del receptor NR3C1, encargado de frenar esa respuesta una vez pasado el peligro, detallan. Esto indica un sistema incapaz de «apagar la alarma» del miedo.
«La relación entre microbiota y emociones ya no es una hipótesis», señalan los autores
Por otro lado, los ratones resilientes mostraban una microbiota intestinal más diversa y rica en bacterias antiinflamatorias, mientras que los susceptibles presentaban un ecosistema bacteriano más pobre y con posible perfil proinflamatorio. «La relación entre microbiota y emociones ya no es una hipótesis: nuestros datos refuerzan que la microbiota intestinal puede modular el miedo», explican los autores.
El análisis genético reveló también 31 genes con actividad alterada en la amígdala, región cerebral clave en la regulación del miedo. De ellos, 14 están relacionados con trastornos como la ansiedad y el estrés postraumático, lo que abre la puerta a nuevos biomarcadores de vulnerabilidad.
Diferencias por sexo
El estudio también ha identificado diferencias relevantes entre machos y hembras, observando una mayor proporción de hembras clasificadas como susceptibles al miedo persistente. Aunque se trata de un modelo animal, los investigadores subrayan su relevancia para futuras investigaciones.
«Durante décadas, los modelos en neurociencia se han basado casi exclusivamente en machos», señala el investigador
«Estos resultados refuerzan la necesidad de incluir la variable sexo en los estudios preclínicos. Durante décadas, los modelos en neurociencia se han basado casi exclusivamente en machos, lo que limita nuestra comprensión de diferencias biológicas clave», destaca el investigador de la Universidad Francisco de Vitoria.
En animales
El proyecto, titulado INDIF-FEAR (PID2023-151223OB-I00), ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, dentro de la convocatoria de Proyectos de Generación de Conocimiento 2023, y cuenta con la colaboración de la Universidad Complutense de Madrid y el Parque Científico de Madrid. Aunque se trata de una investigación en ratones, sus conclusiones abren nuevas vías para el desarrollo de herramientas diagnósticas y terapias personalizadas en humanos.
«El miedo es universal, pero la manera en que lo procesamos y superamos depende de factores biológicos que apenas estamos empezando a conocer. Entender esa variabilidad es esencial para avanzar hacia tratamientos más eficaces y personalizados», concluye Berrendero.
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