«Al principio me sorprendió para bien. Mi hijo, que siempre había picoteado bollería y patatas fritas, de repente pedía salmón a la plancha, ensaladas de garbanzos, pollo a todas horas. Pensé: ¡por fin! Pero pocos meses después, la nevera ha quedado reducida a arroz, huevos fritos y hamburguesas. Me dice que lo tiene bajo control, pero no dejo de preguntarme si no debería hacerse una analítica, si todo esta dieta no le pasará factura a su salud. Él tiene 23 años, pero sé de chicos de 16 o 17 que hacen lo mismo… ¿afectará esto a su desarrollo?«.
El relato de esta madre resume un fenómeno cada vez más visible: adolescentes y jóvenes que, empujados por la moda del gimnasio y las redes sociales, abrazan dietas hiperproteicas sin supervisión profesional. Lo que empieza como una búsqueda de salud o estética, a menudo se convierte en un menú repetitivo y pobre en variedad con riesgos para la salud.
Riesgos de una dieta monotemática
La dietista-nutricionista Júlia Farré, directora del Centro de Nutrición y Psiconutrición que lleva su nombre, advierte de que “las dietas hiperproteicas pueden sobrecargar el riñón y el hígado, sobre todo si existen predisposiciones genéticas o patologías previas”.
A esto se añade un efecto de desplazamiento: al centrarse en la proteína animal, se dejan de lado frutas, verduras y cereales integrales, lo que genera déficits de fibra, vitamina C, vitamina A, ácido fólico, calcio o magnesio. Cuando, además, la proteína llega en forma de hamburguesas o fritos, el riesgo se multiplica. “El exceso de alimentos procesados, ricos en grasas saturadas, sal y azúcares, aumenta la probabilidad de obesidad, problemas digestivos, inflamación o colesterol alto”, resume Farré.
«Las dietas hiperproteicas pueden sobrecargar el riñón y el hígado, sobre todo si existen predisposiciones genéticas o patologías previas»
Desde el Hospital de Sant Pau de Barcelona, la dietista-nutricionista Maria Antentas coincide en que la proteína es esencial en la adolescencia, pero advierte contra los excesos. “Un adolescente no tiene los mismos requerimientos que un adulto. Si desde pequeño sigue una dieta hiperproteica y reduce hidratos o grasas saludables, puede acabar desarrollando sobrepeso, obesidad o diabetes tipo 2 en la edad adulta”, señala.
«La dieta hiperproteica debe ajustarse y monitorizarse. Aunque el chico se vea fuerte, puede estar desarrollando déficits que solo se detectan con una analítica»
Antentas recuerda que no solo importa la cantidad, sino también la calidad de la proteína: “Un exceso de proteína de origen animal, especialmente carnes rojas y procesadas, puede alterar el perfil lipídico, hepático y la función renal a largo plazo. En cambio, las proteínas vegetales aportan fibra, vitaminas y minerales, y no generan esos riesgos”.
Analíticas y señales de alarma
La preocupación de muchos padres sobre la necesidad de analíticas tiene fundamento. Según Antentas, en estos jóvenes conviene controlar parámetros como el filtrado renal, la creatinina, el ácido úrico o el perfil lipídico. “Es como con un medicamento: la dieta hiperproteica debe ajustarse y monitorizarse. Aunque el chico se vea fuerte, puede estar desarrollando déficits que solo se detectan con una analítica”, subraya.
Farré añade que los padres deben estar atentos a cambios bruscos de peso, obsesión por las calorías, irritabilidad o aislamiento social. “Son señales de alerta que pueden indicar un trastorno de la conducta alimentaria. Detectarlo a tiempo es clave para la recuperación”, recuerda.
«El riñón no duele hasta que está muy dañado, igual que la tensión alta. Los riesgos más graves se ven con los años»
La falta de hidratos complejos y vegetales no solo afecta a nivel nutricional, sino también físico. “Sin suficientes carbohidratos, la recuperación muscular es más lenta y aparece más fatiga”, explica Antentas. Además, la carencia de verduras y frutas puede provocar anemia y somnolencia, problemas que los adolescentes pueden atribuir al cansancio del gimnasio sin relacionarlo con su dieta. A largo plazo, advierte, las consecuencias son silenciosas: “El riñón no duele hasta que está muy dañado, igual que la tensión alta. Los riesgos más graves se ven con los años”.
¿Qué pueden hacer las familias?
Ni la prohibición ni el enfrentamiento parecen la solución. Farré recomienda acompañar y ofrecer alternativas mediterráneas: pescados, legumbres, frutas, verduras, frutos secos, cereales integrales. Y, sobre todo, no dejar que la proteína se convierta en un monólogo alimentario.
Al dejar de lado frutas y verduras, se generan déficits de fibra, vitamina C, vitamina A, ácido fólico, calcio o magnesio
Antentas apunta otro consejo práctico: desconfiar de lo que circula en redes. “Hay mucha intoxicación de información. Muchos influencers recomiendan suplementos proteicos que, además de proteína, llevan azúcares y grasas poco saludables. No todo lo que lleva la etiqueta ‘alto en proteína’ es bueno”.
Entre la disciplina y la obsesión
Ambas expertas coinciden en que la clave es el equilibrio. El gimnasio puede ser una motivación positiva, siempre que no derive en rigidez extrema. Como resume Farré: “Disfrutar del deporte y de la comida sin obsesionarse con el cuerpo es saludable. Cuando aparece culpa, rigidez o aislamiento, estamos ante una obsesión”.
Y como advierte Antentas, la apariencia puede engañar: un joven puede ganar músculo y verse fuerte, pero eso no significa necesariamente que esté sano. Una reflexión que resume el dilema de muchas familias que, entre arroz y hamburguesas, se preguntan dónde está la línea entre cuidar el cuerpo y ponerlo en riesgo.
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