De la visión utilitaria al reconocimiento del bienestar animal, la sociedad replantea su manera de entender a los animales, impulsada por la ciencia, la legislación y la voz creciente en redes sociales
Durante siglos, la relación entre los seres humanos y los animales ha sido objeto de debate, estudio y reflexión. En el mundo actual, donde el acceso a la información es inmediato y las redes sociales multiplican las voces, estas percepciones se vuelven más visibles y, en ocasiones, más contradictorias. ¿Vemos a los animales como recursos a nuestro servicio o como seres sintientes con intereses propios? Esta es una de las preguntas centrales que aborda el investigador Rodrigo Arce Rojas en su artículo “Percepciones sobre la relación entre los seres humanos y los animales”.
El estudio parte de un elemento aparentemente trivial: el análisis de 250 memes publicados en redes sociales a lo largo de un año. Sin embargo, esta elección metodológica encierra una gran riqueza: los memes, al ser expresiones culturales virales, condensan valores, emociones, críticas y visiones colectivas sobre cómo concebimos a los animales. Lo que en apariencia es solo un chiste, una imagen tierna o una denuncia compartida, en realidad nos habla de una cultura en transformación.
En la investigación de Arce Rojas emergen dos tendencias claras. Por un lado, la persistencia de un antropocentrismo hegemónico que separa al ser humano de la naturaleza y reduce a los animales a simples instrumentos para satisfacer nuestras necesidades. Por otro, la irrupción de un movimiento creciente que defiende el bienestar animal, el reconocimiento de los animales como seres sintientes y la necesidad de ampliar hacia ellos nuestra comunidad moral.
Desde el periodismo especializado en adiestramiento canino, este debate no es abstracto: tiene consecuencias directas en la vida diaria de millones de personas que conviven con perros y otros animales. La manera en que los percibimos condiciona cómo los tratamos, cómo los entrenamos y qué lugar ocupan en nuestras familias y en la sociedad. No es lo mismo concebir a un perro como un “recurso” para la caza o la seguridad que reconocerlo como un compañero de vida que merece respeto y cuidados.
Adoptar una postura en defensa del bienestar animal sensato significa encontrar un equilibrio: alejarnos del maltrato y la cosificación sin caer en la humanización excesiva que distorsiona la naturaleza del perro o de cualquier otro animal. Significa comprender sus necesidades físicas, emocionales y sociales, y trabajar en un adiestramiento que parta del respeto, la empatía y la ciencia.
A lo largo de este artículo analizaremos, a partir del estudio de Arce Rojas y de diversas fuentes científicas y legales, cómo se han configurado históricamente las percepciones sobre los animales, qué nos dicen las redes sociales sobre nuestra relación con ellos y cuáles son los retos actuales para consolidar una cultura de respeto. El foco estará en el perro, por su relevancia en el ámbito del adiestramiento, pero las conclusiones pueden extenderse a muchos otros animales con los que compartimos planeta.
En definitiva, no se trata solo de hablar de leyes, estadísticas o tendencias culturales. Se trata de preguntarnos: ¿qué tipo de sociedad queremos ser? Una que sigue considerando a los animales como simples objetos, o una que, desde la sensatez y la empatía, reconoce en ellos compañeros de viaje con los que podemos construir una convivencia más justa, equilibrada y enriquecedora.
La construcción histórica de la relación entre humanos y animales
Del antropocentrismo al biocentrismo
Durante gran parte de la historia, la relación entre humanos y animales ha estado marcada por una visión antropocéntrica: el ser humano en el centro, y todo lo demás -naturaleza, animales, recursos- subordinado a sus necesidades. Esta mirada, profundamente enraizada en las religiones, las tradiciones filosóficas y las prácticas económicas, justificó la explotación de los animales como instrumentos de trabajo, alimento o entretenimiento.
Sin embargo, esta visión comenzó a ser cuestionada con el avance del conocimiento científico y filosófico. El biocentrismo, corriente que coloca la vida en todas sus formas como valor central, propone una ruptura con el paradigma hegemónico. Según esta perspectiva, no hay una división radical entre seres humanos y animales: ambos comparten capacidades, intereses e incluso derechos fundamentales.
En el ámbito cotidiano, este cambio se refleja en la forma en que tratamos a los perros. Pasaron de ser principalmente guardianes o cazadores a ocupar un lugar en la vida afectiva de las familias. La ciencia ha demostrado que los perros poseen habilidades cognitivas y emocionales complejas, capaces de establecer vínculos profundos con los humanos. Este hallazgo refuerza la necesidad de un trato respetuoso y consciente, alejado de visiones reduccionistas.
El especismo y sus críticas
El filósofo Peter Singer introdujo en 1975 el concepto de especismo, entendido como la discriminación basada en la pertenencia a una especie. Al igual que el racismo o el sexismo, el especismo legitima la explotación de los animales bajo la premisa de la superioridad humana.
El estudio de Rodrigo Arce Rojas (2020) recoge cómo esta visión todavía se filtra en las redes sociales: en muchos memes analizados, los animales aparecen reducidos a “recursos” o elementos decorativos del paisaje. No obstante, también emergen expresiones contrarias: denuncias de maltrato, llamados a la empatía y reclamos por el reconocimiento de su carácter sintiente.
En el ámbito del adiestramiento canino, el especismo se traduce en prácticas que priorizan la obediencia ciega por encima del bienestar del perro. Métodos basados en el castigo, el dolor o la intimidación responden a esta lógica. En contraposición, el auge del adiestramiento en positivo y del enfoque etológico es una clara manifestación de la crítica al especismo:
…entrenar no es someter, sino enseñar respetando la naturaleza del perro.
Hitos legales y sociales en defensa del bienestar animal
La transición hacia una ética más inclusiva con los animales ha dejado huellas en el terreno jurídico y social. Algunos hitos clave:
- 1978: se proclama en París la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, un documento de carácter simbólico que sentó las bases del debate contemporáneo.
- Década de 1990: varios países europeos comienzan a incorporar en sus legislaciones referencias explícitas al bienestar animal, regulando condiciones de transporte, cría y sacrificio.
- 2015: Francia reconoce a los animales como “seres vivos dotados de sensibilidad”, alejándose de su consideración como simples bienes muebles en el Código Civil.
- Perú, 2016: se aprueba la Ley de Protección y Bienestar Animal (N.º 30407), que establece el deber de todas las personas de procurar la protección de los animales, evitando causarles sufrimiento innecesario (citado en Arce Rojas, 2020).
- España, 2022: se aprueba la Ley de Protección Animal, que consolida avances en materia de tenencia responsable, prohibición de sacrificios sin causa justificada y limitaciones al uso de animales en espectáculos.
Estas normas, aunque aún desiguales en su alcance, reflejan un cambio cultural que coloca el bienestar animal en la agenda política y social. No obstante, como señala el propio Arce Rojas, la brecha entre la teoría y la práctica sigue siendo enorme. Las leyes existen, pero los casos de maltrato, abandono y cosificación continúan siendo una realidad cotidiana.
Una cultura en transición
La historia de la relación humano-animal puede entenderse como una cultura en transición. No hemos abandonado completamente el antropocentrismo, pero ya no podemos sostenerlo sin cuestionamientos. Cada vez más ciudadanos, profesionales y organizaciones se movilizan en defensa de los animales. En el caso de los perros, esta transición se percibe en la popularidad de nuevas corrientes de adiestramiento, en el auge de los refugios y en la presencia constante de campañas contra el abandono.
En este contexto, el análisis de percepciones sociales -como el que se hace a través de memes en redes- se convierte en un termómetro cultural. Nos muestra que todavía convivimos con contradicciones: los mismos internautas que comparten imágenes tiernas de un cachorro pueden, en otro momento, difundir sin reparo contenidos que cosifican o ridiculizan a los animales.
La tarea, por tanto, no es solo legal o científica. Es cultural. Se trata de revisar nuestras prácticas diarias, desde cómo educamos a nuestros perros hasta cómo consumimos productos de origen animal. Y sobre todo, de cultivar una ética de respeto que nos permita avanzar hacia un bienestar animal sensato y coherente.
El estudio de Arce Rojas, qué nos dice la sociedad digital sobre los animales
Metodología y alcance del análisis
El investigador Rodrigo Arce Rojas (2020) planteó una aproximación innovadora para estudiar la relación entre humanos y animales: analizar el contenido cultural que circula en redes sociales a través de los memes. Durante un año (2019) revisó 250 publicaciones compartidas en su muro personal de una conocida red social, seleccionadas de una red de más de 4.300 contactos.
Aunque pueda parecer un método poco convencional, el uso del meme como unidad de análisis resulta sumamente revelador. Como señala Muñoz (2014), los memes cumplen tres funciones esenciales: son interpretables, numerosos y persistentes en el tiempo. En otras palabras, transmiten ideas de manera rápida, se replican masivamente y se mantienen vivos en el ecosistema digital. Así, constituyen un termómetro de lo que la sociedad percibe, valora o critica en torno a los animales.
El universo estudiado se limitó a imágenes y videos de animales reales, excluyendo dibujos o representaciones ficticias. Además, se clasificaron los contenidos según especie, clase zoológica (mamíferos, aves, reptiles, etc.), condición (domésticos o silvestres) y presencia humana. Posteriormente, se agruparon en categorías interpretativas: belleza, biología, bienestar animal, dominio humano, conservación, gratitud, compasión, gastronomía, espiritualidad, humor, entre otras.
Este enfoque, aunque no pretende ser universal ni estadísticamente representativo, ofrece una radiografía cultural del modo en que los internautas conciben a los animales y, por extensión, cómo se configura nuestra relación cotidiana con ellos.
Resultados clave: del perro al loro, la biodiversidad visible
Uno de los hallazgos más llamativos es la gran diversidad de especies mencionadas en los memes: 81 tipos de animales en total. Entre ellos, destacan:
- Perro (21,3 %): la especie más representada, reflejo de su papel central en la vida humana.
- Gato (9,5 %): símbolo de compañía, independencia y, en muchos casos, ternura.
- Loro y guacamayo (6 % en conjunto): animales que evocan exotismo y belleza.
- Caballo (2,2 %): vinculado históricamente al trabajo y a la majestuosidad.
La lista incluye también animales silvestres como jaguares, cóndores, tiburones, elefantes o abejas, lo que demuestra cómo las redes sociales amplían nuestro contacto con especies que, en la vida real, rara vez encontramos.
Desde una perspectiva crítica, esta diversidad revela tanto la fascinación por la biodiversidad como la superficialidad con la que a veces se la representa. Muchas imágenes se centran en la estética -plumajes coloridos, porte majestuoso o ternura de las crías-, reforzando una percepción decorativa más que una comprensión profunda de las especies.
Categorías de mensajes: belleza, biología, bienestar y conservación
Los 250 memes analizados se distribuyeron principalmente en estas categorías:
- Belleza (29,7 %): la categoría más numerosa. Los animales aparecen como elementos estéticos, apreciados por su apariencia externa, su majestuosidad o la ternura que despiertan.
- Biología (17,9 %): contenidos que muestran comportamientos naturales o características únicas de las especies.
- Bienestar animal (16 %): denuncias de maltrato, llamados a la protección de hábitats, promoción de refugios o adopciones.
- Dominio humano (14,1 %): animales presentados como recursos o subordinados a fines humanos (alimentación, trabajo, entretenimiento).
- Conservación (12,6 %): preocupación por especies en peligro, pérdida de hábitats y necesidad de medidas políticas.
El peso de la categoría “belleza” refleja una sociedad que todavía ve a los animales desde la admiración estética, mientras que la emergencia de “bienestar animal” y “conservación” apunta a un cambio cultural incipiente.
El papel del maltrato animal y la empatía emergente
Uno de los aportes más valiosos del estudio es visibilizar cómo el maltrato animal comienza a ser cada vez más denunciado en la esfera digital. Los internautas reaccionan frente a imágenes de abandono, envenenamiento, ataques o descuidos, generando cadenas de solidaridad y llamados a la acción.
Este fenómeno coincide con un contexto global: según datos de la Organización Mundial de la Sanidad Animal (OIE, 2021), más de 60 países han fortalecido en la última década sus leyes de protección animal. En España, por ejemplo, el abandono sigue siendo la principal causa de ingreso en refugios, con más de 285.000 perros y gatos recogidos en 2022.
El estudio de Arce Rojas muestra que esta sensibilidad no es todavía hegemónica: convive con memes que ridiculizan a los animales o los cosifican. Pero su emergencia señala que estamos en medio de una transición ética y cultural.
En el caso de los perros, esta transformación se refleja en la popularidad del adiestramiento positivo y en la creciente crítica a métodos basados en la violencia. Cada vez más tutores entienden que un perro no es una máquina que obedece órdenes, sino un ser sintiente que aprende mejor desde la confianza y la empatía.
Bienestar animal y adiestramiento canino, un enfoque sensato
Qué significa bienestar animal en la práctica
El concepto de bienestar animal ha evolucionado notablemente en las últimas décadas. Ya no se reduce únicamente a la ausencia de enfermedad o a la disponibilidad de alimento. Hoy hablamos de un enfoque integral, basado en las llamadas Cinco Libertades del Bienestar Animal (FAWC, 1992), que incluyen:
- Libertad de hambre y sed.
- Libertad de incomodidad.
- Libertad de dolor, lesión y enfermedad.
- Libertad de expresar un comportamiento natural.
- Libertad de miedo y angustia.
Aplicadas al perro doméstico, estas libertades implican desde asegurar una dieta adecuada hasta garantizar oportunidades de socialización y juego. Como bien señala Arce Rojas, el reconocimiento del carácter sintiente de los animales está transformando nuestras percepciones y prácticas. Un perro no es solo un guardián o un adorno; es un individuo con emociones, memoria y necesidades propias.
El reto es llevar este concepto al día a día. El bienestar no es un lujo, sino un derecho básico de cualquier animal bajo nuestra responsabilidad.
La visión del perro como ser sintiente
Los avances en etología y neurociencia han confirmado lo que muchos guías intuíamos: los perros son capaces de experimentar alegría, miedo, frustración y apego. Un estudio, utilizando resonancia magnética funcional, demostró que los cerebros caninos activan regiones similares a las humanas cuando anticipan recompensas, lo que sugiere un paralelismo en la experiencia emocional.
Aceptar al perro como ser sintiente cambia por completo la lógica del adiestramiento. Ya no se trata de imponer conductas por la fuerza, sino de guiar aprendizajes respetando sus tiempos, motivaciones y límites. Significa entender que un ladrido puede ser un síntoma de ansiedad y no una mera “desobediencia”, o que un paseo no es solo un trámite físico, sino un espacio para satisfacer necesidades cognitivas y sociales.
Adiestramiento respetuoso: ciencia y empatía
El estudio de Arce Rojas deja ver cómo en las redes sociales empiezan a circular mensajes que llaman a la compasión y al respeto hacia los animales. En el caso de los perros, esta corriente se traduce en un cambio de paradigma en la educación: del castigo a la motivación positiva.
Refuerzo positivo y vínculo humano-perro
El adiestramiento en positivo se basa en premiar las conductas deseadas en lugar de castigar las indeseadas. Esto puede incluir recompensas como comida, caricias, juego o acceso a actividades que el perro disfrute. Investigaciones como la de Hiby, Rooney y Bradshaw muestran que los perros educados con refuerzo positivo presentan menos problemas de comportamiento y vínculos más sólidos con sus tutores.
Más allá de la técnica, este enfoque fortalece el vínculo humano-perro. El perro aprende que sus acciones tienen consecuencias agradables y que su guía es fuente de seguridad y confianza. Esto reduce la ansiedad, mejora la cooperación y crea un ambiente de aprendizaje mucho más eficaz.
El error del castigo y la cosificación del perro
En contraste, los métodos basados en el castigo físico o psicológico parten de una visión de dominio que conecta con la ontología antropocéntrica descrita en el estudio de Arce Rojas. Ver al perro como un “objeto a moldear” justifica prácticas que pueden generar miedo, dolor o incluso traumas permanentes.
El problema del castigo no es solo ético, sino también práctico. Diversos estudios señalan que los perros sometidos a métodos aversivos tienen mayor probabilidad de desarrollar agresividad o conductas de evitación. En otras palabras: no solo sufren más, sino que se vuelven menos fiables.
Por ello, defender un bienestar animal sensato significa rechazar la violencia en el adiestramiento, pero también evitar la humanización excesiva. Un perro no es un niño ni un adulto en miniatura: tiene sus propias formas de comunicación, necesidades y límites. El reto está en encontrar el punto medio entre el respeto y la comprensión de su naturaleza.
Más allá del adiestramiento: una visión integral
El bienestar animal aplicado al perro no se limita al adiestramiento. Incluye aspectos como la calidad de la alimentación, la prevención veterinaria, el enriquecimiento ambiental y la socialización temprana. Todo ello debe estar guiado por un principio básico: siempre que esté bajo nuestro cuidado, el perro debe tener la posibilidad de desarrollar una vida plena y segura.
La educación canina, entonces, no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para mejorar la convivencia y el bienestar mutuo. Cuando entendemos esto, dejamos de entrenar por control y comenzamos a educar por cooperación.
Retos y oportunidades para una cultura de respeto animal
Redes sociales y la difusión del mensaje
El estudio pone en evidencia un fenómeno innegable: las redes sociales se han convertido en el gran escaparate de nuestras percepciones sobre los animales. Un meme puede conmover a miles de personas, desatar indignación frente a un caso de maltrato o, por el contrario, trivializar la vida de un ser vivo reduciéndolo a una caricatura.
Esto plantea un reto doble. Por un lado, la banalización: cuando los animales son presentados solo como objetos de entretenimiento, se corre el riesgo de reforzar la cosificación. Por otro, la oportunidad de concienciación: cada denuncia compartida, cada historia de rescate viralizada, fortalece la sensibilidad colectiva y ejerce presión para el cambio legal y cultural.
El potencial es enorme. Según un informe de We Are Social y Meltwater (2023), más del 60 % de la población mundial es usuaria activa de redes sociales. Esto significa que la manera en que comunicamos sobre bienestar animal en estos espacios puede tener un alcance global. Campañas virales como las que promueven la adopción responsable o denuncian el abandono han demostrado que es posible transformar percepciones y hábitos a gran escala.
Educación y sensibilización en adiestramiento
El bienestar animal no se sostiene solo con leyes o con indignación en internet. Requiere un cambio en la educación y la formación práctica, especialmente en el ámbito del adiestramiento canino.
Cada vez más guías buscan información sobre cómo educar a sus perros de manera respetuosa, y este interés debe ser acompañado por profesionales con formación científica y ética. El reto es combatir la desinformación: aún circulan mitos sobre dominancia, castigos “necesarios” o la supuesta necesidad de someter al perro para que obedezca.
La educación canina debería integrar contenidos sobre:
- Comunicación canina: aprender a interpretar señales de calma, posturas y expresiones faciales.
- Refuerzo positivo: cómo aplicar recompensas de manera eficaz y equilibrada.
- Necesidades emocionales y sociales: reconocer que un perro equilibrado no solo se ejercita físicamente, sino también cognitivamente.
- Tenencia responsable: desde la elección consciente de la mascota hasta el compromiso de cuidados a lo largo de toda su vida.
Un público cada vez más informado exige adiestramiento basado en ciencia y empatía. La oportunidad está en responder a esta demanda con programas formativos accesibles, rigurosos y libres de métodos aversivos.
El papel de la legislación y la ética
Los avances legislativos, como la Ley de Bienestar Animal en España o la Ley N.º 30407 en Perú, representan pasos significativos, pero aún insuficientes. La realidad demuestra que las normas son útiles solo si se acompañan de mecanismos efectivos de aplicación: inspecciones, sanciones y campañas de divulgación.
El reto es superar la brecha entre la norma y la práctica. Mientras por un lado se aprueban leyes que reconocen a los animales como seres sintientes, por otro se siguen tolerando prácticas de explotación en espectáculos, granjas industriales o criaderos clandestinos.
Aquí la ética se convierte en un complemento indispensable de la legislación. No basta con cumplir la ley: necesitamos cultivar una cultura del respeto que nos lleve a preguntarnos, en cada decisión cotidiana, si estamos actuando en beneficio del bienestar animal. Comprar o adoptar, educar con castigos o con refuerzos, ignorar un caso de maltrato o denunciarlo: todas son decisiones cargadas de consecuencias éticas.
Oportunidad de un cambio cultural
Estamos en un momento histórico en el que las contradicciones conviven. Admiramos a los perros en las redes sociales, pero cada año miles son abandonados. Aplaudimos el rescate de especies en peligro, pero seguimos consumiendo productos que degradan su hábitat.
La oportunidad consiste en convertir esta sensibilidad emergente en un cambio estructural. Esto implica:
- Invertir en programas educativos que formen a niños y adultos en empatía y respeto hacia los animales.
- Promover colaboraciones entre instituciones públicas, asociaciones de bienestar animal y profesionales del adiestramiento.
- Usar el poder de las redes sociales para viralizar contenidos formativos, no solo emocionales.
- Apostar por una visión integral, en la que bienestar animal y bienestar humano se entienden como dos caras de la misma moneda.
El reto, en suma, es pasar de las percepciones fragmentadas a una cultura coherente en la que el trato respetuoso hacia los animales sea la norma y no la excepción.
En conclusión…
El estudio de Rodrigo Arce Rojas nos ofrece un espejo en el que mirar nuestras propias contradicciones. A través de 250 memes, aparentemente banales, se dibuja un panorama complejo: por un lado, la persistencia del antropocentrismo, que reduce a los animales a objetos de consumo o entretenimiento; por otro, la emergencia de una corriente que los reconoce como seres sintientes, dignos de respeto y consideración moral.
Esta tensión no es solo teórica. Se manifiesta en la vida diaria de quienes convivimos con animales, especialmente con perros. Las decisiones que tomamos sobre su alimentación, su educación, su espacio y su libertad reflejan nuestra posición ética. Educar con castigo o con refuerzo, ver al perro como recurso o como compañero, compartir en redes una denuncia de maltrato o ignorarla: todas estas acciones configuran la cultura de la que formamos parte.
La buena noticia es que estamos en medio de una transición cultural. Cada vez más voces se levantan contra el abandono, el maltrato o la explotación. Cada vez más familias reconocen que el bienestar animal no es un lujo, sino un deber. Cada vez más adiestradores y guías apuestan por métodos basados en la ciencia y la empatía.
Sin embargo, el camino no está libre de obstáculos. Las leyes avanzan, pero la aplicación sigue siendo desigual. Las redes sociales amplifican tanto la concienciación como la banalización. Y el especismo, aunque cuestionado, aún se filtra en nuestras prácticas cotidianas.
Frente a esta realidad, defender un bienestar animal sensato significa encontrar un equilibrio: alejarnos de la cosificación y el maltrato, pero también evitar la humanización excesiva que desconoce la naturaleza de cada especie. Se trata de reconocer al perro como lo que es: un ser sintiente, con emociones, necesidades y derechos, pero también con una biología y una forma de vida propia que debemos respetar.
El desafío está en transformar las percepciones en prácticas. Que las imágenes tiernas en redes sociales no sean solo un momento de emoción pasajera, sino la chispa que impulse cambios reales en la forma en que educamos, legislamos y convivimos con los animales.
En última instancia, la pregunta que nos deja este análisis es sencilla, pero profunda: ¿qué tipo de relación queremos construir con los animales? Si la respuesta es una relación basada en el respeto, la empatía y la sensatez, entonces habremos dado un paso decisivo hacia una sociedad más justa, no solo para los humanos, sino para todos los seres con los que compartimos el planeta.
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