Comer para aliviar la tristeza, para rebajar el estrés, para no sentirse sola, por puro aburrimiento, para darse una recompensa… La alimentación es uno de los pilares en un estilo de vida saludable, dicen los médicos. Pero, con frecuencia, nos enfocamos más en dietas imposibles, control continuo del peso o en los fármacos antiobesidad, tan de moda ahora, apuntan, en lugar de ahondar en por qué comemos para tratar de cubrir otras necesidades, lo que se conoce como el hambre emocional. «Utilizamos la comida en reacción a nuestras emociones y no para cubrir una necesidad fisiológica», explica Ana Benito López, miembro del grupo de trabajo de Salud Basada en las Emociones de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC).
Alexia Amil sabe bien de qué habla la médico de familia. Cuenta que vivía fuera de España, estaba sola y sentía una mezcla de «desidia, soledad y ansiedad» que la llevó a comer sin sentido: embutidos, patatas fritas, chuches, conservas y mucho, mucho, chocolate. «Pensaba que llenando el estómago, llenaba mi vacío emocional«, confiesa.
«Mientras comía, no pensaba. Afortunadamente, me di cuenta a tiempo», confiesa Alexia Amil que, durante un tiempo, se refugió en la comida para paliar su soledad
Hubo un tiempo, recuerda, en el que la comida era su refugio y sentía que, atracando la nevera, paliaba sus frustraciones. «Mientras comía, no pensaba. Afortunadamente, me di cuenta a tiempo. Todas esas ingestas solo eran momentos placenteros puntuales. Pero mis problemas, seguían ahí», explica esta mujer de 50 años, con un peso normal, que, nunca antes, había tenido este tipo de comportamientos.
Las mujeres, más proclives
Es difícil establecer un perfil de paciente que come emocionalmente, apunta la doctora Benito. «Los estudios incluyen escalas de hambre emocional siempre en relación con patologías como obesidad/sobrepeso, depresión, ansiedad… En la literatura, las diversas revisiones, sí que concluyen una mayor prevalencia en mujeres, sin embargo, es difícil establecer en qué rango de edad es más frecuente, pues la mayoría se centran, o solo en población adulta, o solo en población adolescente«, precisa.
Lo que sí que resalta es que ese comer guiado por las emociones se da también en personas con peso normal, como Alexia, aunque estas suelen reaccionar ante emociones positivas, con un consumo de alimentación «más hedónica«. Existe una base neurobiológica en la que el sistema de recompensa juega un gran papel, apuntan los médicos. Por ejemplo, el cortisol, la hormona del estrés, nos lleva a elegir alimentos menos saludables, más ricos en grasas y azúcares, dicen los especialistas.
«Los médicos te derivan a los psiquiatras y los psiquiatras, si no es TCA, no pueden hacer mucho más», dice Sara Bernal, de 46 años
La diferencia fundamental con el trastorno por atracón es que éste último es una patología con tratamiento propio y precisa de valoración por especialista en salud mental. En cambio, el hambre emocional no es un trastorno de la conducta Alimentaria (TCA) en sí.
«Los médicos te derivan a los psiquiatras y los psiquiatras, si no es TCA, no pueden hacer mucho más y, al final, te quedas un poco huérfana, sin ayuda», admite Sara Bernal Gutiérrez, malagueña de 46 años, que forma parte de la Asociación Nacional de Apoyo para Tratamientos de Obesidad (ANATO). Ella, admite, comía por ansiedad o por tristeza, entre otras muchas emociones… «Es una manera de tapar los problemas que, a la larga, te genera más; es como la pescadilla que se muerde la cola», señala.
Sin diagnóstico
«No es un diagnóstico que se pueda poner según las clasificaciones: es decir, los clínicos no diagnosticamos hambre emocional. Podríamos diagnosticar un trastorno por atracón. Pero sí que se puede volver problemático cuando es la única forma que tenemos de regular las emociones, o cuando hay alguna emoción que no toleramos o de la que tratamos de huir y nos enfrentamos por medio de la comida», señala por su lado, Irene de la Vega, psicóloga clínica de la Unidad de TCA del Hospital Clínico San Carlos, de Madrid.

La doctora Ana Benito / semFYC
La psicóloga clínica añade que «siempre es la misma estrategia en respuesta a una emoción. Puede ser que esté ansiosa, aburrida o que me sienta sola o también me sirve para huir de esa emoción y no pensarlo». La diferencia, abunda, es cuando, lejos de ser algo puntual, ese tipo de conducta se vuelve un problema. «Cuando se repite con una cierta frecuencia, por ejemplo, más de tres meses, tres veces por semana, e impacta en tu vida, empezamos a ver que puede haber detrás algún trastorno de alimentación, por ejemplo, el de atracón».
En consulta, dice la doctora Ana Benito, lo primero que aconseja a las pacientes es «parar, parar en una sociedad que insiste en correr para todo. Permitirse reflexionar acerca de lo que hay detrás de la conducta de comer lo que no deseamos«. En cuanto al abordaje más concreto, los estudios otorgan especial importancia tanto la redirección de la emoción como a la llamada alimentación consciente o mindful eating, que consiste en aplicar la atención plena al comer. «Una alternativa valiosa digna de ser estudiada en mayor profundidad», concluye.
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