Tiene uno de esos arranques que se quedan flotando en el aire. Las palabras resuenan y no acaban de desaparecer: «¿Por qué no se incorpora el manguerista de la C-6.9? Porque está muerto». Imaginas voces metálicas, de walkie-talkie, entre el crepitar de las llamas.
Los rescoldos de la Culebra. Fuego y muerte en los incendios de Zamora (Libros del KO), de Juan Navarro, es una crónica periodística en forma de libro de los dos incendios que asolaron esta zona de la provincia de Zamora en el verano de 2022. Las cifras son tan poderosas como destructivas: casi 60.000 hectáreas quemadas y cuatro fallecidos.
Juan Navarro posa sobre una roca junto a su libro, ‘Los rescoldos de la culebra’. EMILIO FRAILE
«Cuando muere el bombero Daniel Gullón —el 17 de julio de 2022—, yo no estaba allí, pero sí que he hablado con sus compañeros. Es un drama en sí mismo. Yo lo que he intentado es evitar adjetivos, purpurina, pero sí describir, describir y describir». Para Juan Navarro, la de la sierra de la Culebra fue su primera cobertura de un gran incendio para el periódico El País. «Hasta ese momento, yo no conocía esta zona», cuenta mientras recorre las carreteras secundarias que la atraviesan.
«Hacía un calor infernal, pero no podía bajar la ventanilla porque entraban pavesas con el viento, el monte bajo estaba quemándose en las cunetas, el olor era tremendo…», rememora esos días de estrés y urgencia, de apocalipsis. «Al principio todo era información, noticias». Tras las primeras crónicas, llegó la reflexión y «aquello tan periodístico de aquí hay una historia que quiero contar». Volvió un año y medio después y ahí estaban los rescoldos, las cenizas en el alma: «Lo que me encontré fue un doble sentimiento: por un lado, hartazgo y frustración, de cómo es posible que haya pasado esto, de sentirse abandonados; por otro lado, una cierta sensación de resignación».
“Hacía un calor infernal, pero no podía bajar la ventanilla porque entraban pavesas con el viento“
«Cruzamos la sierra por los pelos»
La primavera ha traído el verde a la sierra de la Culebra, al campo que rodea el pueblo de Tábara (750 habitantes). Aquel verano era un polvorín. «Estaba todo lleno de paja seca. Ardía como quería», cuenta Navarro. Hoy todo está tranquilo, apacible. Un paisano de gorra encajada pasa ligero con tres burros alistanos, una raza autóctona y en peligro de extinción. María Jesús Blanco Ratón echa de comer a las gallinas en el patio de su casa. Ha pasado tiempo, pero el llamado incendio de Losacio, por el lugar donde se originó el fuego debido a un rayo, todavía duele. Ella perdió a su primo. Volvía de Sesnández de Tábara tras asegurarse de que Eugenio Ratón y su tío centenario, Daniel Ratón, estaban bien. «Nosotros fuimos el último coche que pasamos la sierra. Por los pelos. Se levantó un remolino de aire que casi no nos deja avanzar. Todo fue muy rápido, cuestión de 10 minutos», rememora. Las llamas lo devoraban todo.
Los bomberos combaten las llamas en Ferreruela de Tabara, Zamora. EMILIO FRAILE
Eugenio Ratón y su padre se vieron acorralados cuando intentaban huir: «Imagínate por estas carreteras que de repente te corte el fuego. Te metías en la boca del lobo, literalmente», explica el periodista vallisoletano. Eugenio protegió a su padre hasta la extenuación: «Tenía el 85 por ciento del cuerpo quemado», cuenta María Jesús. Lo trasladaron a Madrid, a la Unidad de grandes quemados del Hospital de Getafe. «Todo fue en vano». Moría casi un mes después.
“Imagínate por estas carreteras que de repente te corte el fuego. Te metías en la boca del lobo, literalmente“
En Escober de Tábara, varias vacas se pasean parsimoniosas por la travesía de un pueblo que no llega al centenar de vecinos. «Puede que sean las de Valeriano Antón», se aventura el periodista. Valeriano perdió a su hermano, Victoriano, en el incendio: «El fuego vino tan rápido y sin capacidad de aviso que se lo llevó por delante a él y a decenas de sus ovejas». Lo encontraron un día después, en el paraje de Los Pozones, entre Escober y Sesnández de Tábara. Murió asfixiado, según la autopsia.
Incendios de sexta generación
En lo alto de un cerro, cerca de Ferreruela de Tábara, el viento mece las aspas de los molinos, que dejan bailes de sombra en el suelo. Las jaras, los brezos, ya han florecido. En parte, la naturaleza se repone, aunque todavía quedan troncos quemados aquí y allá, como negros postes recordatorios en el páramo. «Este es el lugar donde ocurrió la tragedia, donde perdimos a nuestro compañero». A Luis Moreno, bombero forestal en la base de Villardeciervos, se le quiebra la voz. Él no estaba en el operativo del incendio de Losacio, pero analiza la situación: «Aquí se tomó una mala decisión, pensando que se podría dar un contrafuego», pero las condiciones que rodeaban las llamas «hacían que fuera un fuego como si dijéramos imparable». Un incendio de sexta generación.
Un bombero se lamenta por el descontrol del fuego, que dejó cuatro fallecidos en Zamora. EMILIO FRAILE
El libro Los rescoldos de la Culebra afronta todos los componentes que hay detrás de las llamas: «El cambio climático, la política, los bomberos y también la despoblación, que es un eje clave en esta historia». Juan Navarro visitó los despachos de la Junta de Castilla y León, competente en la lucha contra el fuego: «La postura de la Junta ha sido que las cosas se hicieron lo mejor posible con todos los recursos disponibles. Cuando uno va al dato pequeño te das cuenta de que hubo momentos con un gran volumen de medios forestales, de recursos de bomberos de la UME, de otros territorios y de otras entidades».
Para María Jesús Blanco, la clave fue cuándo se actuó: «¿Que no se hubiera podido parar el incendio? Cierto, porque el aire que hacía, eso no se podía parar, pero no se hubieran quemado tantas hectáreas si se hubiera actuado a tiempo».
Los bomberos trabajan en las labores de extinción del incendio en Zamora, en 2022. EMILIO FRAILE
«Las huertas ahora son una selva»
Manuel García Ferrer es ganadero. Recuerda el incendio de Losacio como ningún otro: «Saltaba carreteras, saltaba embalses, saltaba autovías, saltaba el AVE. Saltaba todo lo que pillaba». Manuel, Manolo, es un hombre de campo. Lo dice con orgullo. Por eso habla con pesar del abandono progresivo de las huertas, del peligro que conllevan «esos zarzales» que ahora son una «selva». «No se está invirtiendo en hacer trabajos de prevención, que es lo que tendría que sustituir lo que hacían antes los paisanos en los pueblos, porque sembraban, porque había aprovechamientos de leña. Todo eso ha desaparecido», apostilla Luis Moreno. Los incendios se apagan en invierno: «Si se quieren profesionales, hay que estabilizar el empleo durante todo el año. Es muy difícil que así la gente gane experiencia», reclama el bombero forestal.
“Las imágenes son horribles y la situación es horrible porque, de forma totalmente altruista, Ángel Martín acabó falleciendo“
La carnicería de Manolo, en la plaza de Tábara, es parada obligada cada vez que Navarro se acerca a la sierra de la Culebra. «Estábamos haciendo guardia en la nave y Juan apareció por allí». El ganadero, el hombre de campo, fue una de las fuentes periodísticas que le ayudaron a entender lo que estaba por llegar: «No se me puede olvidar. A las cinco de la mañana le digo a Juan: ‘Estamos perdidos, porque ha cambiado la dirección del viento'». Ya es 18 de julio y las llamas rozan las casas y la gasolinera. El periodista se suma a la gente para defender el pueblo con mangueras, con cubos, con lo que pueden. Un vecino, Ángel Martín, corre con la ropa en llamas tras intentar hacer un cortafuego. «Las imágenes son horribles y la situación es horrible porque, de forma totalmente altruista, Ángel Martín acabó falleciendo», cuenta Juan en el mismo lugar.
Una mujer observa desde su casa cómo las llamas devoran el bosque a lo lejos. EMILIO FRAILE
Tres años después de aquello, la vida pasa a su ritmo. El paisaje ha vuelto a brotar, aunque nunca será el mismo. «Estoy superconvencido de que va a volver a pasar. No pongo fecha pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que se está haciendo?». María Jesús no tiene miedo al fuego: «Es que ya no hay nada que quemar». La reivindicación. La resignación. Y un libro. Los rescoldos de la Culebra.
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