A José Ángel Prieto le avisaron de que las llamas se acercaban a su pueblo mientras guardaba rollos de hierba. Por delante le esperaban tres largos días y sus noches. «Se había originado muchísimo fuego que venía en esta dirección, así que cogí el tractor y la cisterna y la cargué de agua para lo que estaba por venir», relata este ganadero, vecino de la aldea de Bustelo, en Vilardevós (Ourense), que junto a otros compañeros de oficio ayudó a que los incendios que asolan la provincia no devoraran las casas de los pueblos vecinos.
«Pasé tres días sin acostarme porque por el día avanzaba muchísimo y por la noche bajaba un poco la intensidad y era entonces cuando tratábamos de controlarlo un poco», explica, y asegura que los medios sobre el terreno fueron prácticamente nulos. Pero «fuimos arreglando, con tractores cisterna para este pueblo, tractores cisterna para otro. Cada uno aportó lo que pudo, aunque no fuera mucho«, dice. «Poco a poco, se fue calmando. Al final, una vez que arde todo, ya no hay más que arder. Se acaba y punto», lamenta.
Vista aérea de la vegetación arrasada en Vilardevós, Ourense REUTERS/Nacho Doce
Más de 67.000 hectáreas arrasadas
En Ourense las llamas han arrasado ya 67.500 hectáreas, según las estimaciones de la Consellería de Medio Rural, y, con siete incendios activos, toda la provincia permanece en nivel 2 de emergencia. El fuego de Larouco, que ha pasado a la provincia de Lugo, ha quemado ya unas 20.000 hectáreas, y continúan los fuegos en Chandrexa de Queixa y Vilariño (18.000 ha), Oímbra y Xinzo de Limia (15.000 hectáreas); A Mezquita-A Esculqueira (10.000 ha); Vilardevós-Vilar de Cervos (900 ha); Vilardevós-Moialde (500 ha); y Carballeda de Avia y Beade (4.000 ha).
Además, están estabilizados los de Maceda (los fuegos de Santiso y Castro de Escuadro se juntaron y calcinaron 3.500 hectáreas); Vilardevós-Fumaces y A Trepa (100 hectáreas); Riós-Trasestrada (20 hectáreas) y Montederramo-Paredes (120 hectáreas).
En Souteliño, lo peor llegó el sábado por la tarde. Llevaba un día y medio lloviendo ceniza, pero, «de repente, el fuego empezó a hacer mucho ruido, como si viniera un maremoto. Se había levantado mucho aire y avanzaba muy rápido«, recuerda María Sotelo. Las brigadas, que trabajaban en la parte más alta del monte, bajaron a advertirles y la población empezó a organizarse con lo que tenía a mano.
El fuego acercándose a Souteliño (Ourense) María Sotelo (cedida)
«La ayuda que llegó fue escasa»
«Íbamos casa por casa, sobre todo para avisar a los más mayores de que no salieran, la calidad del aire era muy mala. El resto nos organizamos en grupos«, relata María Sotelo. Algunos de los vecinos, que habían trabajado como brigadistas o que tenían cierta experiencia, contaban con apagafuegos más profesionales; otros, como su familia y ella, se servían de ramas o arbustos. «Intentamos hacerlos caseros, acumular calderos de agua cerca de las casas, abrir las bocas de riego, tener todo más o menos preparado», dice.
Así, fueron poco a poco apagando los pequeños focos que se iban activando. «Entiendo que los medios no dieron abasto por una mala gestión, por saturación, no lo sé, pero más allá de algunos brigadistas, la ayuda fue bastante escasa», denuncia. «Esto del pueblo salva al pueblo es muy bonito, pero no debería ser así. Nos ayudamos porque es lo hay que hacer en desgracias como esta, pero deberíamos estar respaldados por unas medidas efectivas, de expertos y de políticos», reclama.
Vecinos de Souteliño (Ourense) durante el incendio María Sotelo (cedida)
No muy lejos de Souteliño, en el pueblo de Laza estaba previsto que estos días se celebrara el festival Ponte Farruca, un evento enfocado en el potencial del mundo rural. Sin embargo, el avance de las llamas en la zona obligó a su cancelación y empujó a sus organizadores a destinar lo que tenían a los afectados por los incendios. «Teníamos aguas, refrescos, hielos, comida, así que decidimos ponerlo todo a disposición de quien lo necesitara«, explica a este medio Xacobo Novoa, de la Asociación Cultural Enlazados.
El lugar que iba a acoger el festival se ha convertido en un punto de ayuda donde tanto ellos, como vecinos y miembros de otras asociaciones locales, ponen suministros a disposición de los voluntarios que estos días se dedican a apagar los fuegos. «Bocatas, aguas, fruta… Muchos se organizaron a través de redes y ahora también damos frontales para que se protejan, colirios, guantes, gafas etc. […] Es lo mínimo que podíamos hacer ante la situación», explica.
El festival Ponte Farruca convertido en un puesto de ayuda en Laza AstuPata (cedida)
«Un batefuegos y una mochila no hacen demasiado»
En Trevinca, en el macizo Galaico-leonés, el incendio que se originó el jueves en el puerto de Sanabria (Zamora) también afecta a parte de Galicia. «En la parte zamorana sí que acabaron mandando medios, pero a la parte gallega no han mandado nada«, denuncia Juanjo Lorenzo, guía de montaña de Terras Altas de Trevinca, que lamenta que el fuego está devorando una zona de un valor ambiental «impresionante», con especies endémicas cuyo futuro es incierto. «No sabemos hasta qué punto se han perdido», expresa.
El domingo, cuando el fuego se aproximaba, él y su mujer Mónica subieron al monte a intentar apagar «por lo menos una zona», pero «un batefuegos y una mochila no hacen demasiado, y más cuando viene el incendio lanzado», relata. El incendio sigue activo y amenaza al Teixadal de Casaio, uno de los mayores bosques de tejos de Europa que conforma el bosque más antiguo de Galicia. «Conocer este lugar de una manera y al día siguiente verlo quemado es desesperante», dice.
«El otro día intentamos salvar una laguna glaciar y fue imposible. Acabas rompiendo el batefuegos, porque evidentemente está expuesto a altas temperaturas y a los golpes de las piedras. Y se te acaba el agua de la mochila, y vas a buscar más pero cuando vuelves el viento sigue fuerte y el fuego se ha vuelto a levantar», explica.
Han solicitado el envío de medios, pero la respuesta ha sido negativa. «Nos dicen que están desbordados, que hay prioridades. Y lo entendemos. Las personas, las casas, los animales. Pero es duro ver cómo desaparece lo que has estado disfrutando tantos años», lamenta este guía, que recuerda la importancia de conocer la zona para enfrentarse al fuego. «Los voluntarios están muy bien, la gente quiere ayudar, pero tiene que ser consciente de que el fuego quema. Uno no puede coger y tirarse al monte de forma descontrolada», argumenta.
Prevención para evitar el desastre
Xulio Conde, vecino de Maceda, también acudió a ayudar cuando el fuego amenazaba a los pueblos de alrededor. Sin embargo, los efectivos, dice, llegaron rápido para sofocar el fuego, que se inició entre el domingo 10 y el martes 12 (en dos focos diferentes, Castro Escuadro y Santiso, que acabaron uniéndose). «En ese momento no se había iniciado toda la oleada. Casi era el primero de los incendios grandes», subraya. Ahora la situación ha cambiado «bastante» porque «son muchos frentes en muchos sitios«.
Menciona que en la zona de Maceda «hay mucha ganadería», lo que ayudó a sofocar las llamas. «Utilizan tractor con cisterna y eso fue fundamental para el trabajo. También estuve apagando en Verín (incendio de Oímbra-A Granxa y Xinzo de Limia-Gudín), pero allí es más complicado porque se utilizan otros medios al ser una zona agrícola», asegura este vecino. Reivindica el papel de los ganaderos, por ser quienes «mantienen limpias las zonas del monte» y traslada que una de las demandas es llevar a cabo quemas controladas en invierno para evitar que los incendios se descontrolen en verano.
José ángel Prieto denuncia que el mal estado de los ríos es uno de los factores que ha dificultado las tareas de extinción y echa la culpa a la excesiva burocracia con la que se topan cuando intentan ponerle remedio. «Durante el invierno caen los árboles secos, las ramas y todo. Pero si tocas un río ya te llevan a la cárcel, si pides permiso, prohibido, si no lo pides, prohibido. Todo pasa por la Confederación, y así mal vamos», expone.
Tampoco han ayudado los caminos y pistas que están «prácticamente abandonados», añade el agricultor. «Si tienes que entrar a un sitio y no tienes camino, esperar al próximo camino puede significar que el fuego sea más intenso y más grande y que ya no lo puedas parar», explica. «No sé quién es el culpable, se echan las culpas unos a otros, pero con los caminos limpios, las cosas irían de otra manera», afirma.
María Sotelo también insiste en que hay que escuchar a los trabajadores y vecinos locales que trabajan en el campo y en la importancia de la limpieza de los montes en invierno. «Había cortafuegos que estaban completamente sucios o llenos de maleza. Eso no va a cortar el fuego, lo va a avivar», sostiene.
El debate sobre la prevención lleva días abierto mientras Galicia no para de arder. En gran parte del territorio, lo que hace unos días era verde, ahora es negro y dibuja un paisaje desolador. María Sotelo dice que ni ella ni los mayores de su aldea habían visto nunca unos incendios como estos. «El lunes fui a dar una vuelta por la zona y me encontré a una corza pequeña, sola. Era lo único vivo que quedaba en el monte. No creo que arda más porque no hay nada más que pueda arder», lamenta. Cuando el fuego pase, quedará medir los daños.
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