En mitad de los viñedos ennegrecidos, entre sarmientos chamuscados y racimos secos que ya no sirven de nada, apareció un hilo de la poca vida que queda. Tres cervatillos. Caminaban despacio, desconfiados, pero, como pocos, eran supervivientes de una catástrofe. Una mirada le bastó a Cecilia para entender que buscaban lo que el fuego les arrebató: alimento.
En otro tiempo su presencia hubiera sido motivo de asombro. Pero en Os Albaredos, parroquia de Quiroga, Lugo, donde el incendio de Seadur-Larouco arrasó en apenas una semana 30.000 hectáreas, lo extraordinario se ha convertido en cotidiano.
«Dejamos las puertas de los viñedos abiertas, a nosotros ya no nos sirven de nada. Si quieren entrar y comer, que coman«, dice la enóloga Cecilia Álvarez, responsable técnica de la bodega Alvaredos-Hobbs. Sus palabras muestran la dimensión de la tragedia para la bodega.
El golpe ha sido brutal. Produce de unas 15.000 a 18.000 botellas al año y exporta buena parte a Estados Unidos, pero ha perdido alrededor del 80% de su cosecha. «Un año en blanco».
Varios racimos quemados por el fuego LUCÍA GONZÁLEZ
Las viñas que no se han secado del todo muestran todavía racimos enteros, pero arrugados, sin vida. «El primer día aún parecía que estaban bien. Tengo una foto preciosa, con toda la uva colgada. Pero ahora ves cómo se va asumiendo la muerte«, recuerda Cecilia.
El paisaje es el de un funeral verde: troncos ennegrecidos, hojas convertidas en polvo, suelos grises que parecen ceniceros. Y, sin embargo, Álvarez insiste en mirar también al futuro: «Lo importante es que las yemas, que son las que deben rebrotar el año que viene, aún parecen vivas. Si brotan, podremos salvar algo. Pero no lo sabremos hasta la primavera».
El fuego que llegó dos veces
El relato del incendio en Os Albaredos parece una sucesión de emboscadas. Primero llegaron las llamas lentas el sábado, arrastrándose por el suelo. No venían por los pinos, como es habitual, sino por la hierba seca. «Parecía un desbroce —explica la enóloga—, el fuego iba despacio, bordeando las viñas. Pensábamos que con los perímetros se podía controlar».
Pero el domingo a las cuatro de la tarde, una «lengua de fuego inmensa» entró por la ladera. «Venía rapidísima, arrasó toda esta parte», recuerda Cecilia mientras señala la parcela que reconoce como su preferida.
El fuego no solo quemó hojas y racimos: afectó al suelo, mató microorganismos y dejó los troncos marcados. «El problema no es solo este año. Es que no sabemos si tendremos que arrancar plantas enteras y replantar. Y eso significa años sin producir», explica.
La viña ‘Milagros’ y los alrededores arrasados por el fuego LUCÍA GONZÁLEZ
Paradójicamente, la ceniza que cubre las viñas puede llegar a convertirse en aliada a largo plazo. «Ayuda a controlar la acidez del suelo y puede generar más fertilidad el próximo año», señala Álvarez.
El alma de la D.O. de Valdeorras, en llamas
El fuego se cebó sobre todo con las cepas de godello, mencía, loureira y garnacha tintorera, el corazón de las viñas de Os Albaredos. Y variedades con nombre propio en la comarca.
El godello, convertido en emblema blanco de Valdeorras, ha pasado de estar al borde de la desaparición en los años 70 a ser hoy uno de los vinos gallegos con mayor proyección internacional. La mencía, por su parte, da tintos que han ido ganando prestigio fuera de Galicia.
«Hacemos godello y mencía dentro de la denominación de origen de Valdeorras y luego hacemos también otros vinos fuera de la D.O., que son un tinto y un blanco, con viñas centenarias de palomino y garnacha», cuentaCecilia.
Esa mezcla entre tradición y experimentación había permitido a la bodega «diversificar su producción, mantener la identidad de las viñas más antiguas y explorar con otras uvas menos reconocidas». La pérdida no afecta solo a la campaña inmediata, sino a un patrimonio varietal que resume la historia de un valle donde cada parcela guarda una composición distinta de cepas viejas, injertos y recuerdos familiares.
Un año que prometía ser el mejor
La rabia se multiplica porque 2025 iba camino de ser un año histórico para la bodega. «Yo llevo aquí siete años. Nunca habíamos tenido las viñas tan bien. Apenas hubo mildiu ni enfermedades. Estaban preciosas», asegura Álvarez.
La comparación duele: de un ciclo perfecto se ha pasado a un año perdido. Este año, mientras en otras bodegas de la comarca ya han comenzado la vendimia, en esta no la habrá. «Y lo peor es la incertidumbre de 2026: si las plantas no brotan, habrá que arrancar y empezar de cero».
En lo inmediato, el trabajo consiste en salvar lo que se pueda. Regar, pulverizar sobre las hojas verdes que resisten, inyectar agua en las raíces. «La idea es dar viabilidad a las plantas de cara al año que viene, que rebrote lo que pueda. Aunque no sea por donde nosotros queremos, que brote», subraya.
Tres trabajadores, un futuro en suspenso
La bodega, pequeña, pero ambiciosa, se sostiene con tres trabajadores fijos. A ellos se suma personal eventual en época de vendimia. Este año, una joven en prácticas de FP se incorporó justo el lunes… y se encontró con que no habrá cosecha. «Estamos viendo cómo recolocar al personal en otras bodegas, porque aquí no tendrá vendimia al uso», reconoce Cecilia.
El vino que permanece en la bodega servirá de colchón temporal, pero la continuidad comercial dependerá de que el viñedo pueda responder en la próxima campaña.
Vista del sistema de riego calcinado tras el incendio LUCÍA GONZÁLEZ
Al impacto laboral se suma el emocional. Las viñas son negocio, pero también son afecto. Cada parcela tiene un nombre y una historia. Milagros, Basilisa, como la madre y abuela de los socios de la bodega.
«Es mucho más que dinero. Es el trabajo de un año, el cariño, la ilusión de ver cómo crece«, dice la enóloga. Pero el camino a recorrer será largo: triturar árboles quemados para hacer acolchados, evitar erosión, controlar el agua para que la lluvia no arrastre ceniza y barro hacia el pueblo.
Mientras tanto, la vida sigue en las aldeas cercanas. Sin agua potable tras el incendio, los vecinos bombean de un viejo lavadero para llenar depósitos y poder ducharse o limpiar. No hay épica, sino pura supervivencia.
«Consumir producto local»
En medio del desastre, Cecilia insiste en un mensaje: «Lo digo a todo el mundo: consumid producto local, consumid productos del rural. Aquí se hacen 50.000 litros de miel, aceite, vino… Si la gente consume, nosotros nos recuperaremos y podemos seguir trabajando«.
Ese «nosotros» no es una simple bodega: son tres empleados, dos socios —uno gallego y otro estadounidense—, varias familias y un paisaje entero que se defiende del olvido. Porque cada hectárea quemada no solo arruina una cosecha, también amenaza con vaciar un pueblo.
El fuego de Seadur-Larouco es el mayor de Galicia desde que hay registros y lo que arde no son solo montes: es el frágil equilibrio de un rural que lucha por sobrevivir.
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