Tras el incendio, la viga maestra sigue en pie. No se ha quemado el espíritu, el sostén de los vecinos de León y de Zamora. Víctor sale hoy, y mañana y pasado, a dar de comer a sus vacas; Sonia no para de hacer y recibir llamadas: busca paja y alforja para el ganado.
Han ardido más de 77.000 hectáreas en León, pero Manolo ya piensa en cómo estar mejor preparado cuando el fuego abra el cercado y entre de nuevo en los valles. Simón estará ahí cuando ocurra. Le torcerá el gesto y lo apagará con sus compañeros de las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF).
Nuria volverá de nuevo, de Madrid a Sanabria, de su vida de adulta a sus veranos de la infancia, porque el fuego pasa, pero de los rescoldos brotarán de manera inevitable nuevas vigas sobre las que posar proyectos de vida en el mundo rural.
Estas cinco personas son solo una muestra de las cientos de miles que han visto arder sus recuerdos y que ruegan que mañana sea diferente.
Simón (1997), bombero forestal
«Era insultante la cantidad de medios de extinción que faltaban durante estos días», reflexiona Simón, profesional de apagar fuegos. También, apunta a la descoordinación: «Había unidades paradas mientras hacían falta».
Este bombero se encuadra en las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF) del Ministerio de Transición Ecológica. Y su base se encuentra en Tabuyo del Monte, en la comarca de la Valduerna (León). Desde ese punto ha participado en la extinción de muchas de las más de 40.000 hectáreas en llamas en las comarcas cercanas.
En su opinión, en el despliegue en Castilla y León está «a años luz» de muchas comunidades autónomas. Ni a nivel de medios ni de gestión ni de mandos, la región «tiene capacidad para afrontar» el fuego, argumenta. Por otra parte, apunta al clima que ha habido durante la extinción, que se va a repetir en los próximos veranos: «Olas de calor muy largas y vientos inestables».
Por eso, reclama dimensionar el dispositivo porque cree que ahora «está programado para el año más tranquilo y debería de contar con recursos suficientes para los más duros«. Y considera que «se esperaba un incendio grande, lo que no sabíamos era en qué año».
Bomberos de la BRIF desplegados el 17 de agosto de 2025, en Molinaferrera, León. Fernando Otero / Europa Press
Simón es bombero forestal desde hace seis años. La mitad de ese tiempo trabajó en subcontratas para la Junta de Castilla y León: «Y el sueldo, unos 1.150€ entonces, no da para vivir. Es un puesto muy duro con condiciones muy malas, donde se acude festivos y fines de semana», argumenta. En esta Comunidad, clama, muchos de los medios dependen de empresas privadas que se hacen con el servicio a través de concursos públicos «e intentan tener los máximos beneficios, aunque no se cumplan los pliegos, recortando de todo: EPI (equipos de protección individual), personal, etc.».
Eso sí, Simón explica que hay otra parte que contrata directamente la Junta: «Guardas y autobombas [los camiones grandes y amarillos]».
Además, critica la forma en la que se trabaja en las «Romeo», unidades en las que los bomberos van en una furgoneta y que también son subcontratas de la Administración autonómica: «La base es un coche, tu petate va con las herramientas de extinción», narra el bombero. La situación en esa cuadrilla es «de esclavitud», denuncia, «con jornadas muy largas: he escuchado conversaciones en la emisora donde alguien comunica que lleva ‘18 horas en este incendio, creo que deberíamos irnos para casa, ¿pueden sacarnos de aquí?'», explica.
Esto provoca que los jóvenes que entran a este empleo «no se quedan, por lo tanto no cogen experiencia«, expone Simón. En su opinión, «como es imposible vivir dignamente con lo que te pagan, la gente joven hace un par de campañas y se va». Y, los que repiten año tras año, y adquieren formación, «malviven», remata.
Por eso, reclama un «operativo decente, completamente público y profesional, con medios suficientes y formación» en Castilla y León.
Simón se ha desanimado estos últimos días de ponerse contra el fuego porque, tras su jornada «no había relevo por la falta de organización», narra. Ocurría que, el sector donde habían actuado, se quedaba sin vigilar, «así que después de trabajar toda la noche, volvíamos por la mañana y el foco se había reactivado». Por tanto, ha sentido que «el trabajo había sido en balde», argumenta, porque los diferentes medios de extinción «no estaban bien coordinados», expresa.
También cuenta que «este tipo de incendios no se habían dado nunca» en las comarcas de la Valduerna y la Valdería, en León. En algunos casos, han quemado viviendas en Castrocalbón o Villamontán y, en otros, se han quedado a las puertas de las localidades.
Inmuebles calcinados tras el incendio forestal en Villamontán de la Valduerna, León. Fernando Otero / Europa Press
Según describe, los pueblos de esta zona están diseñados para protegerse: tienen tierras de regadío y de cereales alrededor. Y, si hay campos húmedos, es muy difícil que el fuego avance hacia las casas. Sin embargo, en la montaña es diferente: el abandono del medio rural, y su orografía, complica controlar las llamas.
En general «estos grandes incendios de la región no se paran tan fáciles, avanzaban a 40 km/h», apunta Simón. Y lo detalla: «Normalmente, esperas que por la noche baje la temperatura y eso ayude, pero estas semanas hemos tenido mínimas de 20º y eso no es normal».
Es el único de estos protagonistas que prefiere no mostrar su rostro.
Nuria (2000), evacuada de Sanabria
Los montes verdes de la infancia de Nuria se han teñido ahora del negro de la ceniza. Cuando se quite ese velo y se vea qué queda debajo, en la tierra, todavía se necesitarán muchos años para recuperar el paisaje de su memoria.
El fuego en el Parque natural de Sanabria ha obligado a desalojar a unas 8.000 personas, según estimaciones de la Junta de Castilla y León. Nuria y 13 miembros de su familia se han alojado en unos apartamentos que tienen en Galende, a 7 km de su casa, en Vigo de Sanabria. El viernes pudieron retornar a sus viviendas. Muchos de los otros vecinos se tuvieron que ir a Benavente, a 100 km, a una instalación acondicionada por las autoridades.
Nuria, natural de Sanabria, en una ruta en las Cuevas de San Martín. Cedida a RTVE por Nuria.
La joven recuerda el primer momento de conmoción el pasado lunes por la tarde, cuando escaparon del pueblo: «Me hubiera gustado quedarme a ayudar». Al día siguiente, acompañó a su primo por caminos de la sierra en un todoterreno. Y, ahí, se quedó más tranquila al ver a bomberos y a la Unidad militar de emergencias (UME).
A pesar de ello, miraba al monte y veía llamas por todos lados, y, también, las casas que estaban cerca.
Sus padres y sus abuelos son de Vigo de Sanabria. Ella vivió allí hasta los 18 años. Después se fue a estudiar a Salamanca y a Valencia. Ahora reside en Madrid. Vigo de Sanabria se ha convertido en el lugar donde pasa julio y agosto, porque en su empleo le permiten teletrabajar.
El pasado martes le escribió a su jefe y le pidió no conectarse, «estaba mal psicológicamente», narra. Ahora recibe mensajes de sus compañeros para ver cómo se encuentra: «Les digo que voy bien, que las casas se salvaron, pero que la preocupación es lo que venga después». Y piensa primero en respirar y beber agua. «Ahora todo es ceniza. Y esto también va a llegar a los manantiales«.
Mentalmente, Nuria ha sentido los cinco días de desalojo. «Se ha hecho largo», cuenta y explica que ha «perdido la noción del tiempo«.
Víctor (1994), ganadero
Antes tenía 96 vacas y 40 terneros. Ahora no lo sabe. Víctor todavía no las ha podido contar. Este joven explica que, para inventariar a su ganado, suele esperar a que se echen sobre la tierra y estén tranquilas. Eso ocurre cuando tienen el estómago lleno.
Después de un incendio que ha lamido los muros de las casas de su pueblo, Calzada de la Valdería, el alimento para los animales escasea. Víctor ha perdido bajo el fuego 730 alpacas de forraje: eran varias torres, como rascacielos, que le aseguraban poder alimentar este año a su ganado.
Las vacas de Víctor pacen en una tierras comunales donde también hay arboleda. Daniel Rivas Pacheco
Un manto de cenizas apelotonadas, como si fuera relleno de cojín, señala dónde estaban las alpacas. En ese punto, mientras ardían el pasado 12 de agosto, Víctor se vio rodeado de humo dentro de un coche junto a un amigo de otro pueblo. «Me preguntaba por el camino para escapar y mi cabeza no era capaz de pensar«, rememora.
El acompañante había sido soldado en la Unidad Militar de Emergencias (UME) e intentó tranquilizarle. «Le dije que nos metiéramos en la laguna, que en el agua no te quemas», continúa, «pero me explicó que, en estas situaciones, lo que te mata es el humo». Así que su amigo le repetía: «Tranquilo, respira».
Y encontraron la escapatoria. Al día siguiente, aparecieron en el pueblo su novia y su madre: llevaba un día sin poder comunicarse con ellas porque se había caído la cobertura de teléfono.
Ahora señala a sus vacas, que se salvaron en la única finca que no ardió porque había hecho cortafuegos y la había inundado de agua. Están flacas, se le notan los huesos, «y eso no debería de ser así», razona.
Los pasos de los animales entre las encinas arrasadas mueven el manto de ceniza y crean un surco donde asoma el color marrón de la tierra de nuevo. Los troncos de los árboles han quedado reducidos a palos finos como cerillas. En los puntos donde la temperatura fue más alta, estos bastones se han esfumado.
Por ahora, a Víctor le han donado 200 alpacas de paja y 96 de forraje (hierba segada en verde con tallos) a repartir para los ganaderos de toda esa zona. «Si no es por la gente, mis animales se quedan sin comer», reflexiona.
El ganado recurre a las ramas bajas de un árbol para alimentarse tras el incendio. Daniel Rivas Pacheco
Este joven fue mecánico antes que ganadero. Hace cuatro años compró sus primeras vacas: el primero y el segundo fueron muy duros por la sequía; el tercero, dio tregua. Y, este año, casi ve arder su casa y a sus animales.
Sonia (1990), voluntaria
«Una empresa nos ha mandado siete camiones de paja y, otra, cuatro, y empezó ya al segundo día de apagarse las llamas», detalla Sonia, voluntaria que busca comida para el ganado. «Y, en el puente de agosto, muchas personas se ofrecieron para ayudar», cuenta.
Esta mujer reconoce que «no tenía ni idea de cómo era la comida para las vacas o las ovejas, o cuánto pesa una alpaca». Ahora participa, junto con otras 200 personas, en un grupo que se ha movilizado para que los animales de granja no pasen hambre tras los incendios forestales.
Sonia reconoce que hay más donaciones de alimento para ganado que manos para transportarlo. Daniel Rivas Pacheco
Así, alguien les contacta y les cuenta que tiene paja o forraje para donar. Hay ofertas que vienen desde Soria, Burgos, Palencia y, por supuesto, de León. Entonces, estos voluntarios buscan un camionero que, de manera altruista, transporte los fardos. Sonia reconoce que faltan conductores, pero apunta que ya han creado un grupo de mensajería instantánea donde hay unas 12 personas.
Ella vive en La Bañeza (León) y ha dejado de trabajar para poder volcarse con esta tarea. Es autónoma, y afirma que sus clientes lo han entendido. Estos días conduce por fincas que conoce, pero que están abrasadas. Así que le cuesta ubicarse y encontrar el destino.
Eso sí, tras una semana de voluntariado, explica sin dudar que una alpaca de paja puede estar en torno a los 300 kilos. Y enumera las otras donaciones que ha podido gestionar para su hermano Víctor, ganadero, también presente en este reportaje. Él ha preferido alejarse del teléfono porque pasa mucho tiempo en la finca con las vacas, en una zona sin cobertura.
Pintada a la entrada de Calzada de la Valdería, municipio que pertenece a Castrocalbón (León). Daniel Rivas Pacheco
Por ejemplo, le han hecho llegar un pastor eléctrico (el hilo de metal que impide que los animales escapen del cercado) o unas piezas de plástico que necesita este filamento y que les mandó una chica directamente a su casa, sin dar más explicaciones.
Manolo (1955), ecologista
El embalse de Tabuyo del Monte está rodeado de pinares y brezos. En esta comarca leonesa hay «unas 25 hectáreas» de pinos, precisa Manolo, vecino del pueblo, biólogo y profesor de educación especial jubilado.
Este monocultivo es un riesgo para la población, señala el activista. Por eso, plantea que existan «montes diseñados en mosaico«. Esto implica talar pinos e introducir otras especies que, en caso de incendio forestal, ayuden a reducir la velocidad del fuego.
Manolo, en el embalse de Valtabuyo (León), rodeado de pinos. Daniel Rivas Pacheco
El futuro, para Manolo, va en la línea de lo visto estas semanas en el oeste de España: «Con el mar tan caliente, el calor, y este tipo de montes, ahora mismo es como si tuviéramos una bombona de butano llena entre los árboles».
En la comarca donde se ubica Tabuyo del Monte, muchas fincas son comunales. Así, la Junta vecinal, un órgano de decisión a mano alzada, «tiene mucho que decir», explica, de cómo gestionar los próximos años estos terrenos.
Para él, la situación actual le retrotrae al siglo XIX: «Dejamos que la naturaleza se expanda, llegue a su punto máximo de desarrollo y, cuando cae un rayo, por ejemplo, lo arrasa todo». Además, critica que la política actual responde a una «economía del fuego», que solo se activa cuando hay un incendio.
En cambio, opina que debería de estar en marcha un operativo durante todo el año, con labores de prevención y de rediseño de las fincas.
Los vecinos dejan comida (paja y pienso) y agua para los animales salvajes tras el incendio de León. Daniel Rivas Pacheco
Manolo propone, en esta línea, medidas de autoprotección. Por ejemplo, tener un rebaño de la Administración local que consuma pasto y hierba para reducir lo que se puede convertir en combustible en el futuro. También, que los Ayuntamientos cuenten con camiones cisternas y mangueras para proteger los confines de sus municipios de las llamas.
En su caso, frente a estos incendios, ha hecho cortafuegos por la noche en las tierras amenazadas.
Desde su formación ambiental, Manolo enmarca el impacto en su tierra: «Se han quemado muchos pinos endémicos y las setas están arrasadas, van a necesitar siete años en volver a salir». Y, de su recogida, una familia puede sacar hasta 7.000 € al año, explica.
Estas circunstancias, señala, van a afectar a la despoblación que sufre la zona porque se va a necesitar tiempo para que la economía vuelva a funcionar.
La ceniza cubre un terreno quemado en León. Al fondo se ven árboles con la marca del fuego. Daniel Rivas Pacheco
Además, cuando llueva, la ceniza acumulada puede correr hacia los ríos y afectar a sus habitantes. Por ejemplo, «los anfibios son muy vulnerables a los cambios en la acidez del agua», apunta.
Manolo es de Astorga (León), pero en 1983 se mudó a Tabuyo del Monte, un pueblo de 221 habitantes, con su mujer. Aquí han educado a sus tres hijos y ha participado en proyectos «para dar alternativa» y atraer a más personas al mundo rural. Entre ellos, una cooperativa de frutos rojos y una asociación de consumo.
La viga maestra no se ha quemado ni en León ni en Zamora. Y estas cinco voces, cinco ramas que brotan de ella, será más fácil anclarla de nuevo para edificar sobre ella.
En TodoEmergencias.com encontrarás uniformidad, señalización, mochilas tácticas, botiquines, luces de emergencia y todo el material profesional que necesitas.
- 🇪🇸 España y 🇵🇹 Portugal: envíos rápidos en 24/48h
- ✅ Material homologado y probado por cuerpos de emergencias
- 📆 Más de 20 años de experiencia en el sector