Quien camine estos días por los montes de León o Zamora afectados por los incendios podrá ver dos paisajes al mismo tiempo. Uno de devastación, caracterizado por esos bosques ahora fantasmales. Y otro, que presenta pequeños signos de vida, con mariposas que revolotean por las nuevas hojas verdes y con flores violetas que asoman entre la ceniza. Son las llamadas Quitameriendas (Colchicum montanum), una especie endémica de la Península Ibérica. «Sobrevive al fuego gracias a un bulbo, como una pequeña cebolla, que se mantiene protegido bajo tierra«, explica el doctor en ingeniería de montes y actualmente catedrático de micología en la Universidad de Valladolid, Juan Andrés Oria.
Ni siquiera las temperaturas extremas y el humo pueden con ella. Al contrario, «parece que el propio incendio, con sus cenizas y su calor residual, estimula su floración«. El monte huele todavía a quemado, pero sus pétalos lilas resisten como símbolo contra la tragedia en Galicia, Castilla y León y Extremadura.
«Muy pocos días después de los incendios, rebrotaron árboles, como el álamo temblón o el madroño, aunque todavía salía humo del monte», señala Oria. Siempre hay un resquicio para volver a empezar, aunque la oportunidad de hacerlo no es infinita y la crisis climática reduce los plazos de recuperación.
La flor que desafía al fuego
El secreto de la Quitameriendas está en su calendario biológico. Florece a finales del verano o principios del otoño, cuando muchas otras plantas ya han agotado su ciclo. La flor aparece sin hojas, que permanecen ocultas bajo tierra y no brotarán hasta meses después, en pleno invierno. De ahí proviene su nombre popular en inglés, naked ladies (damas desnudas). Esta rareza es además una ventaja. Puede florecer sin prácticamente competencia por el espacio ni los recursos y hacerlo justo después de los incendios le permite aprovechar la luz, los nutrientes liberados y la falta de maleza que podría entorpecer su crecimiento.
Algunas flores de quitameriendas rebrotan en el terreno árido Juan Andrés Oria
Su nombre habla de las transiciones que se viven en los pueblos de montaña. Llegan cuando las tardes se hacen más cortas y se suprime una de las comidas del día. Los pastores sabían que su aparición señalaba el final de la época estival y, con ello, el inicio de la trashumancia. Una vez extinguidos la mayor parte de los incendios de este verano, la misma flor anuncia otro final y otro comienzo. Esta vez, el de un bosque que intenta renacer.
La quitameriendas forma parte de la cultura popular de la montaña leonesa. Los niños aprendían a identificarla en los prados y los pastores las usaban como calendario natural. Para algunas zonas, es la señal de que los veraneantes comienzan a marcharse. En las redes, circulan ahora imágenes de estas flores resignificadas como una metáfora de esperanza. Esta pequeña planta representa la belleza que desafía al desastre, la vida que se abre paso después de la destrucción.
Especies adaptadas a las llamas
Aunque los incendios tienen efectos devastadores, la naturaleza siempre sorprende con su capacidad de resiliencia. Algunos ecosistemas han aprendido a convivir con el fuego. La quitameriendas no está sola, «muchas semillas están adaptadas y con una pequeña lluvia el mismo día del incendio pueden germinar, incluso se ayudan de la propia ceniza para desarrollarse», explica Oria. En los encinares, los troncos calcinados esconden raíces vivas que pronto rebrotan. Los pinos, albares y piñoneros liberan sus semillas gracias al calor. Las jaras también lo aprovechan para germinar en masa, después de haber producido semillas durante años.
Incluso la fauna se adapta a este ciclo. «Hay mariposas, como la espectacular Charaxes jasius, que buscan el madroño recién rebrotado entre la ceniza para poner allí sus huevos», apunta Oria. Las orugas de esta vistosa mariposa se alimentan del madroño y contribuyen a la regeneración del ecosistema. Lo mismo ocurre con insectos saprófagos —los que se alimentan de materia orgánica muerta o en descomposición— que colonizan rápidamente la madera quemada y las aves que encuentran comida en ese nuevo escenario.
«En muchos lugares ha habido incendios durante toda la historia de la Tierra, por eso muchos componentes del ecosistema están adaptados al fuego», aclara el experto. Varias zonas de León y Zamora son proclives a las tormentas secas, durante las que caen rayos, pero no lluvia. Son especialmente frecuentes en terrenos ricos en hierro y favorecen los incendios espontáneos. «Si las plantas están secas, es muy probable que se forme un incendio forestal, pero muchas no solo están adaptadas, sino que están deseando que haya un fuego», porque ayuda a su desarrollo. Esto permite que, a la primavera siguiente, zonas afectadas por los incendios estén cubiertas de plantas y flores. «No se recuperan del todo, pero ya no es como andar por la superficie lunar«, cuenta Oria.
Algunas plantas rebrotan tras los incendios Juan Andrés Oria
Los límites de la regeneración
A pesar de la capacidad de la naturaleza para regenerarse, los incendios más severos —cada vez más frecuentes— dejan cicatrices muy profundas. El suelo pierde su capa fértil y queda expuesto a la erosión de las lluvias. Los ríos se contaminan con cenizas y metales pesados, que afectan también a los acuíferos. Los castaños centenarios de Las Médulas, que ya estaban debilitados, lo tienen muy complicado para resistir este golpe. Son muchas las especies que desaparecen con las llamas.
«Digamos que la naturaleza se pone inmediatamente en un plan de recuperación«, asegura el ingeniero. Algunas plantas se queman, pero otras aprovechan la situación para crecer: «La misma ceniza de un incendio puede servir como abono para algunas de ellas. De hecho, hay un conjunto de sustancias minerales que hace que puedan crecer ayudadas de las lluvias».
El pastoreo, esencial para reducir los fuegos
La regeneración natural es muy poderosa, pero no infinita. La acción humana puede prevenir y también ayudar a recuperar los paisajes, especialmente cuando se calcinan zonas muy extensas. Es fundamental, porque «cuando empiecen las lluvias fuertes del otoño, el agua fresca, unas toneladas de cenizas y restos de carbones de los troncos se depositan en los embalses y pueden matar a todos los peces». El experto recomienda la construcción de diques con ramas secas, para evitar el arrastre del agua.
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