Jordi Ollequequi es doctor en biología celular y lleva más de tres lustros investigando e impartiendo clases, ahora en la Universidad de Barcelona y en el Centro de Enfermedades Neurodegenerativas CIBERNED. Confiesa que lleva «fatal» lo de envejecer y que ha decidido escribir ‘Antiaging para el cerebro’ para usar sus conocimientos en difundir «cómo podemos ayudar a nuestro cuerpo a llegar a los 90 años recordando dónde hemos dejado las llaves y para qué sirven». Es decir, para explicar qué factores influyen en el envejecimiento y qué se puede hacer para intentar mantener una mente joven y ágil hasta el final. En esta entrevista desgrana algunos de los principales contenidos del libro, con un lenguaje tan divulgativo y ameno como el que usa en el libro.
De entrada, ¿se sabe por qué envejecemos? Aún no hay respuesta clara. A nivel biológico, es una mezcla de factores. Con el tiempo acumulamos lesiones y errores en nuestras moléculas, como un coche que va sumando kilómetros. Y parece que la evolución priorizó la reproducción sobre la longevidad. Suena un poco radical, pero el sentido de la vida, si hablamos en términos biológicos, es reproducirnos. Por tanto, es lógico que en el momento que superamos la edad para ello, nuestro organismo no se moleste demasiado en mantener una buena salud.
Los radicales libres son ladrones de guante blanco que van robando electrones a nuestras moléculas, oxidándolas y dañándolas
¿Qué papel juega en el envejecimiento la oxidación o los radicales libres, conceptos tan en boga? Un papel protagonista, porque el oxígeno tiene una especie de lado oscuro: le encanta oxidar a otras moléculas, lo que implica ‘robarle’ sus electrones. De la misma manera que si a nosotros nos roban el móvil o la cartera nos ocasionan muchos problemas, cuando nuestras biomoléculas son víctimas del robo de electrones, pueden ver su funcionamiento gravemente alterado. Y los radicales libres son ladrones de guante blanco que van robando electrones a nuestras moléculas, oxidándolas y dañándolas. Este daño acumulado en proteínas, lípidos y hasta en el ADN es uno de los principales motores del envejecimiento.
Ahora que menciona el ADN, ¿es determinante en la longevidad? Es una parte fundamental de la historia, pero no la única. Si nuestra existencia fuera una película, el ADN sería el guión: contiene la información que nuestro organismo necesita para funcionar. Pero nosotros somos los directores de la película y, aunque el guión esté escrito, podemos decidir qué escenas se iluminan o cuáles no. De hecho, este es el mensaje más empoderador del libro y se basa en la epigenética: aunque nacemos con un ADN fijo y heredado, nuestro estilo de vida es capaz de decidir qué genes tendrán mayor o menor protagonismo. Esto significa que, aunque tengamos una predisposición genética a algo, podemos influir enormemente en si esa predisposición se manifiesta o no, dándonos un poder real sobre nuestro envejecimiento.

Jordi Olloquequi en la Facultad de Farmacia de Barcelona, el 8 septiembre de 2025. / Victòria Rovira / EPC
¿Cómo influye la llamada ‘basura celular’? Con los años, nuestras células pueden desarrollar una especie de ‘síndrome de Diógenes’. Empiezan a acumular ‘basura’: proteínas mal plegadas y componentes dañados. Esto ocurre porque los sistemas de limpieza y reciclaje de la célula se vuelven menos eficientes. Esta acumulación de residuos es tóxica y colapsa el funcionamiento celular. En el cerebro, este fenómeno es especialmente grave y es la base de los agregados de proteínas de las enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el párkinson.
En el cerebro, la inflamación constante es un acelerador clave del deterioro cognitivo y las enfermedades neurodegenerativas
También se habla mucho de la inflamación crónica, la llamada ‘inflammaging’. ¿Cómo afecta? La inflamación es un mecanismo de defensa, una especie de ejército que nos protege de lesiones o patógenos. Ahora bien, una vez ganada la batalla, lo mejor que pueden hacer los ejércitos es volver a los entrenamientos. El problema es que, con la edad, la inflamación tiende a no retirarse: aunque no actúa de manera demasiado intensa, se vuelve vuelve crónica, un estado que llamamos ‘inflammaging’. Es como si el ejército se quedara patrullando indefinidamente después de la guerra, causando ‘fuego amigo’ y dañando nuestros propios tejidos. En el cerebro, la inflamación constante es un acelerador clave del deterioro cognitivo y las enfermedades neurodegenerativas.
¿Qué relación hay entre otro tema en boga, la microbiota y el envejecimiento? Solemos decir que el intestino es nuestro ‘segundo cerebro’, ya que, en realidad, contiene más neuronas que la médula espinal. Además, también tiene todo un ecosistema con billones de microorganismos que se comunican con nuestro cerebro o el sistema inmunitario, ayudando a producir neurotransmisores y a regular la inflamación. Con la edad, este ecosistema puede desequilibrarse, favoreciendo la acumulación de microorganismos más problemáticos que, entre otras cosas, promueven el ‘inflammaging’. Cuidar de nuestra microbiota es, sin duda, cuidar de nuestro cerebro y envejecer de forma más saludable.
«El estrés crónico es tóxico para el cerebro, envejece, debilita el sistema inmune y acelera la neurodegeneración»
¿Puede el estrés dañar el cerebro? Definitivamente. Con el estrés, sucede lo mismo que con la inflamación. Un poco de estrés agudo, nos activa y nos permite superar situaciones de peligro. El verdadero enemigo es el estrés crónico, el ‘distrés’, que es como una llovizna constante que lo va erosionando todo. Mantener el cuerpo en un estado de alerta perpetuo dispara los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y eso es tóxico para el cerebro, especialmente para el hipocampo, el centro de nuestra memoria. El estrés crónico envejece porque fomenta el ‘inflammaging’, debilita el sistema inmune y acelera los procesos que llevan a la neurodegeneración. Gestionarlo es vital para la salud, y no solo la cerebral.
Teniendo en cuenta todos estos factores, ¿se puede frenar el envejecimiento? Frenar las consecuencias del paso del tiempo, por completo, es una utopía. Pero lo que sí podemos hacer, y de forma muy eficaz, es modular su ritmo. Existen muchos estudios que demuestran que determinados cambios en el estilo de vida pueden prevenir o retrasar enfermedades relacionadas con el envejecimiento. La clave no es la inmortalidad, sino alargar la salud: morir joven lo más tarde posible. Y eso, en gran medida, está en nuestras manos.
El secreto [para mantenerse joven] no es un ‘superalimento’, sino una dieta equilibrada, como la Mediterránea
Para ello la alimentación es crucial. ¿Cuáles son los nutrientes claves? La ciencia apunta a varios frentes. Por ejemplo, las vitaminas del grupo B son cruciales para la energía neuronal y la vitamina D tiene un papel neuroprotector. Las grasas saludables, como el aceite de oliva o los famosos omega-3 del pescado azul y las nueces, contribuyen a mantener la estructura de las neuronas y controlar la inflamación. Y no podemos olvidar los polifenoles y carotenoides, los antioxidantes presentes en frutas y verduras de colores vivos. Pero el secreto no es un ‘superalimento’, sino una dieta equilibrada, como la Mediterránea.
También menciona en su libro que las relaciones sociales rejuvenecen el cerebro. ¿Cómo? La socialización actúa en dos niveles. Primero, las relaciones más casuales nos exponen a estímulos y novedades, lo que es una gimnasia mental excelente. Segundo, los vínculos fuertes y cercanos, como los amigos o la familia, actúan como un potente amortiguador del estrés. Reducen los niveles de cortisol y promueven la liberación de oxitocina, la hormona del amor, que tiene efectos neuroprotectores. Por el contrario, la soledad es un factor de riesgo claro para el deterioro cognitivo y existe un estudio que sugiere que su efecto puede ser tan devastador para el cerebro como el tabaquismo.
«Hay que desconfiar de los vendedores de humo. No existe una fuente de la juventud en un bote de cremas o suplementos»
¿Qué opina de los productos que prometen detener el envejecimiento, como suplementos o cremas? Hay que desconfiar de los gurús y de los ‘vendedores de humo’. No existe una fuente de la juventud en un bote. Ni siquiera esos nutrientes clave que comentábamos han demostrado, por sí mismos, un efecto claro para detener el envejecimiento en forma de suplementos. La ciencia y la tecnología avanzan a un ritmo frenético, pero ahora mismo es mucho más efectivo invertir en unas buenas zapatillas para hacer deporte o evitar la exposición al sol que gastarse el dinero en suplementos o cremas milagrosas.
De las líneas de investigación abiertas para frenar el envejecimiento, ¿cuál cree que puede dar resultados? Es difícil ser profeta pero si tuviera que apostar, diría que los avances en el campo de la senescencia son de los más prometedores. Uno de los motores del envejecimiento es la acumulación de células senescentes, también llamadas ‘células zombis’. Me encanta esta metáfora porque son células que no funcionan bien, se resisten a morir y contribuyen al ‘inflammaging’. Por si fuera poco, estas células acaban convirtiendo a sus vecinas en células senescentes también, al más puro estilo de los muertos vivientes. La idea de usar fármacos capaces de eliminar selectivamente a esas células es muy atractiva y, por el momento, ha dado buenos resultados en animales.
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