Donald Trump compareció este lunes desde la Casa Blanca para anunciarlo que, según él, son algunos hallazgos realizados por su Administración en relación al autismo. Durante la comparecencia, el presidente de Estados Unidos afirmó, sin mostrar prueba ninguna, que su equipo había descubierto que el consumo de paracetamol por parte de mujeres embarazadas podía aumentar el riesgo de autismo en su progenie, algo descartado por décadas de estudios científicos. También dejó caer que el aumento de casos de esta enfermedad del neurodesarrollo podría estar vinculado al uso de vacunas, siendo esta una premisa sin fundamento y refutada por cientos de investigaciones.
Esto es lo que dicen la ciencia y los datos sobre las palabras de Trump, cercanas a la pseudociencia y a los antivacunas, sobre autismo, paracetamol y vacunas.
Trump afirma que existe un vínculo entre el consumo de paracetamol y autismo y, por eso mismo, ha pedido que las mujeres embarazadas y los niños pequeños no consuman este fármaco, que destaca como uno de los medicamentos más estudiados y seguros para el tratamiento de fiebre y dolor. Existen cientos de estudios en todo el mundo en los que, de forma consistente, se ha demostrado que el consumo de este fármaco, comercializado desde 1955, no está asociado con el autismo, una enfermedad reconocida desde 1938.
Hace justo un año, por ejemplo, se publicaron los resultados de una investigación sueca con datos de 2,4 millones de niños en la que se demostraba, una vez más, que el consumo de este fármaco no se asocia ni con un mayor riesgo de autismo ni con ninguna otra enfermedad cerebral. También hay estudios con gemelos idénticos que han tenido la misma exposición al fármaco durante su gestación, en los que se observa que solo uno de ellos ha desarrollado autismo y que, por lo tanto, esta premisa no se sostiene.
Trump también deja caer un posible vínculo entre vacunas y autismo, haciéndose eco así de uno de los bulos más refutados de la ciencia y, a la vez, más extendidos entre los antivacunas. Esta teoría surgió a finales de los años 90 en un artículo publicado por Andrew Wakefield, que fue posteriormente retractado por mala praxis y manipulación de datos y que, además, le costó la licencia médica a su autor. Desde entonces, cientos de estudios científicos y revisiones sistemáticas en todo el mundo han demostrado de manera consistente que no existe ninguna relación entre el uso de vacunas y el riesgo de desarrollar o sufrir autismo.
Este año, sin ir más lejos, un estudio danés ha analizado los datos de más de 1,2 millones de niños daneses nacidos entre 1997 y 2018 y ha demostrado, una vez más, que el uso de vacunas no aumenta el riesgo de desarrollar autismo o cualquier otro trastorno neuropsiquiátrico. Incluso en niños con antecedentes familiares de la condición. Entidades de referencia como la Organización Mundial de la Salud (OMS) también se han posicionado de forma reiterada sobre esta cuestión para recordar que las vacunas son seguras y esenciales para prevenir enfermedades graves para la salud.
Según Trump, el autismo podría estar causado por fármacos como el paracetamol y las vacunas. Pero tal y como demuestran cientos de estudios científicos, este trastorno del neurodesarrollo está relacionado con factores tanto genéticos como ambientales. Hasta ahora, la ciencia ha identificado al menos un centenar de genes que podrían estar relacionados con esta enfermedad. También hay investigaciones que sugieren que los bebés nacidos de padres mayores podrían tener un mayor riesgo de autismo debido a la mutación de ciertos genes paternos. Paralelamente, hay trabajos preliminares que sugieren la influencia de infecciones maternas graves durante el embarazo, aunque se trata de hipótesis aún no confirmadas.
Trump afirma que los casos de autismo están aumentando de forma alarmante. Tanto es así que incluso lo ha llegado a definir como una «epidemia». Sin embargo, los expertos aclaran que este aumento no refleja un verdadero incremento en la prevalencia de la enfermedad sino a cambios en cómo se diagnostica y se reconoce este trastorno. En las últimas décadas, ha habido un mayor conocimiento social y médico sobre el autismo, junto con criterios diagnósticos más amplios y herramientas de evaluación más precisas, lo que ha llevado a que más personas reciban un diagnóstico formal. Además, campañas de concienciación y mejoras en el acceso a servicios de salud han permitido detectar casos que antes pasaban desapercibidos dentro de lo que se conoce como Trastornos del Espectro Autista (TEA).
Para demostrar su tesis, Trump ha afirmado que en comunidades como los Amish, donde no se usa ningún tipo de medicamentos, no hay autismo. Y que en países como Cuba, donde no existe el paracetamol, tampoco. En el primer caso, existen estudios que encuentran que entre los Amish también hay casos de autismo pero que, a diferencia de otros grupos, en esta población hay más reticencias al diagnóstico. En el segundo caso, no solo es falso que en el país no se dispense paracetamol sino que, además, los registros muestran que las tasas de autismo en Cuba son equivalentes a las de otros países como Estados Unidos.
Trump dice que para prevenir el autismo se debería eliminar toda traza de mercurio y aluminio en las vacunas, siendo estos unos compuestos que se utilizan en dosis mínimas para elaborar estos compuestos y potenciar la respuesta inmune y que, según demuestran múltiples estudios, son eficaces y seguras. Algunas de las vacunas que se dispensan actualmente contienen tiomersal, un conservante con mercurio que evita el crecimiento de bacterias y hongos. Y aunque la evidencia sobre su seguridad es clara, en muchos países, incluida España, se está trabajando para reemplazar este compuesto ante la preocupación generada en algunos sectores sociales.
Trump opina que el calendario vacunal de los niños debería estar más espaciado para evitar «inyectarles de un solo golpe 80 sustancias». Esta afirmación no solo es exagerada sino que, tal y como denuncian los expertos, es falsa. Las vacunas infantiles no se administran todas a la vez, sino siguiendo un calendario cuidadosamente estudiado que maximiza la protección y minimiza efectos secundarios. Los esquemas actuales de vacunación, avalados por entidades internacionales, están basados en décadas de estudios que aseguran que los niños pueden recibir varias vacunas en un mismo día sin riesgo de sobrecarga del sistema inmunológico. Espaciar las vacunas innecesariamente no aumenta la seguridad y, en cambio, incrementa el riesgo de que los niños queden desprotegidos frente a enfermedades prevenibles.
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